miércoles, 27 de octubre de 2021

¡ESTÁ MUERTA!

 Las casas, una mezcla inverosímil cuando se traspasa las profundidades.

Entrar o no entrar. Cuando la mañana luce tan espléndida, la noche es todo lo contrario, me confundo por tanto desconcierto, caigo estrepitosamente para no volver por horas, nunca me detengo, no levanto los brazos, no haga nada, me quedo confinado en una postura apacible, permisiva, la cual la reconozco, es lo mismo, una puerta frente a mí, quizá de un familiar que ya no está o muchos que todavía no conozco, una incógnita abismal que me devora las entrañas y me colma de locura. Tocar esa puerta y actuar pensando que lo soy y también un perseguido permanente detenido esta vez ante las evidencias, descubierto por los reflectores y los hechos sombríos, de manera febril, siendo dócil, dejando en manos del destino, dejándose con extremo temor y también inquietud.

Entro sintiendo el piso, no me hundo en el pasado, entrar es desentrañar una versión inapropiada que tiene algunos fundamentos simbólicos, NUNCA LO INTENTÉ DEL TODO, LA MAYOR PARTE DEL TIEMPO FUE FINGIR, UTILIZAR SU EXCUSA para descansar y dejar dicho que también dediqué una parte de mi vida, a manera de corresponder, como una forma de tributo en solitario.

Ella yace en el piso helado, donde la oscuridad termina por consumir los últimos latidos, ¡no puede ser! en el piso ¡jamás! La tomo de los brazos, le digo a C*** que consiga algo cómodo y caliente, pronto la tengo apoyada junto a mí, ahora yo soy el adulto y ella la niña, me niego a creer que sea demasiado tarde pero lo es, esta irreconocible aunque los recuerdos me hagan creer algo distinto, es poco más que un espectro en perspectiva de desintegrarse, ¡no es ella, Dios mío! Son apenas unos restos que los gusanos no pudieron devorar, aun así, me habla como siempre lo hizo, con historias que solo son lamentaciones de una vida que se hizo una brújula de día y también de noche.

Qué más puedo hacer por ella, construirle un altar quizá, lavarle los pies, dormir a su lado hasta que despierte en un mundo ideal, o hablar tanto de suposiciones e ilusiones desvanecidas al primer intento bajo el sol que desnuda. 

No puedo hacer siquiera lo mínimo, transmitirle mi incertidumbre por una membrana o el silbido agudo que deriva en sufijos cortos y terminaciones neuronales, nada, cero, oscuro, con la cabeza cabizbaja y el cuerpo mutilado.

Hay tres hombres que me piden dejarla allí, tirada, como un bulto, de nada sirve hacerse el dramático y prestarle importancia a quien solo fue un recuerdo de ayer, cuando la inocencia entendía juegos en medio de la peor decadencia humana.

No quiero una tragedia mayor, no soy así, sin embargo, resulta incoherente dudar tanto para entrar y luego dejar que la casa se inunde con las decisiones de seres que quizá solo estén en mi cabeza, insinuándome qué hacer en una situación confusa, ella caída, helada y de pronto de pie, caminando involuntariamente para sentir el mundo de los vivos con el alma ida en sentimientos ahogados en un mar negro, en la noche cruel que sufrió arrinconada por el maltrato y el maldito descuido de su propia sangre.

¡Esta muerta!
¡Está muerta!
Materia putrefacta 
una vez lumbrera de nuevas generaciones
abrigo de quien lo necesitó
la cama
la mesa
la mejor cena bien puesta
el terruño afectuoso
la mayor dedicación con las ganas intactas y los sentidos rotos
un momento para ser niño y llorar también 
bajo la ternura y el desafío de querer 
cuando fueron sembrándose tempestades
con los hábitos de antaño
condena de muchos que se renombran 
y quienes se debaten en ser culpables de convocar a la muerte
no mirarse entre ellos 
y alejarse aliviados por cuanto vivió, 
compartió un poquito de su corazón melancólico
y dejó una muestra incolora que abate a veces
des-Morona (bajo una higuera en el patio)
descompone esperando (de madrugada en la chacra)
 y pinta de luto cualquier onomástico
día de fiesta familiar
hijos, nietos, biznietos, primos, tíos, padres, abuelos...,
La culpa agota y origina un dolor agudo en la conciencia,
no quise una moneda de sus manos
su nombre me bastó para hacerme a la idea 
de un viaje, el único,
de un abrazo, el que te renueva la vida,
de llegar tan lejos a pesar de todo
y agradecer que todavía puedo oír y verte
lo que es más que suficiente.

Te extraño en los pensamientos
mi corazón quiso ser más sincero y por eso 
te creí con vida
lo intenté con todas mis fuerzas
pero ya fue demasiado tarde.


En memoria de MamáInés

lunes, 7 de septiembre de 2020

ALGO QUE NO SE OLVIDA

En días posteriores, como si me desprendiera de un relámpago, empecé a caminar extenuado, regresando de un lugar desconocido y en dirección incierta, aunque teniendo algo en mente, nostalgia por llegar pronto, pero sin saber exactamente a qué lugar. La noche era muy atípica, como si el mundo nocturno estaría completamente inmóvil, un plano ficticio que se podía ver y sobrellevar pero que no podía tocar, ni meditar en ello, solo caminar, moverme, sin ceder a las reflexiones o a las interrogantes. 

Retornaba muy tarde, no lo sé bien, pero mis pasos se hacían cuidadosos, mis zapatos estaban llenos de polvo, subía y avanzaba entre calles desiertas a veces inaccesibles y sin personas deambulando, no escuchaba ni los típicos ladridos de perros, el eterno unísono de alguna fábrica o el sonido aunado del centro de la ciudad, nada en absoluto, tan solo casas que no reconocía a primera vista y un temor profundo al horario, quizá por eso sudaba frío, mi pulsaciones las sentía muy aceleradas. Seguía sin detenerme, pasmado a ratos por ver mi sombra agigantándose y hacerse casi imperceptible. 

En esa iluminación rectilínea de aquel lugar, solo la inercia me impulsaba a no quedarme inmóvil para seguir o quizá perderme y no saber qué tiempo sería éste. Mi ánimo aunque voluntarioso e incansable se veía pausado por instantes y mi rostro desencajado en los distintos caminos que se abrían ante mis ojos. 

Sin embargo, aunque todo parecía irreal, no me sentía del todo ajeno a esta ciudad, hay algo que no se olvida pero no puedo recordar con suficiente claridad qué es, qué escondo o qué busco, mi imaginación se aceleraba más que el propio ahora. Al caminar por aquí sentía la nostalgia perdida en alguna aventura o recuento de algunas experiencias que al instante parecían desvanecerse. Tenía los bolsillos holgados y el corazón me latía entre escalofríos, este andar no me hacía bien, felizmente nadie lo podía notar, no quería aparentar extrañeza pero era inevitable, el presente lo era todo, mis piernas seguían en pleno movimiento y por lo pronto no querría saber nada del devenir. 

Atravesaba un pasaje muy reducido, algo sombrío, de casas idénticas entre sí y hermosos jardines al descubierto. Poco a poco me costaba avanzar más, no me restaba mucho vigor, de pronto en medio de ese laberinto sin salida, una extensa pared levantada con bloques deteriorados de sillar, aparecía ante mí, contrastando notoriamente con las construcciones de material noble de las viviendas contiguas, además del aspecto lúgubre sondeando ese perímetro, sin ninguna luz eléctrica que alumbrase, apenas si se ceñía la leve claridad de una estática luna menguante; quizá todo eso llamó mi atención y de inmediato una aguda ansiedad para detenerme sin mayor ganas de seguir andando. 

Me era raro hacer un alto por un lugar así, sin mayor importancia y además de ser común en esta ciudad, porque este tipo de construcciones improvisadas, generalmente hechas por gente humilde, no tiene nada de asombroso, son cosas relacionadas a la misma situación económica, no obstante para mí lo era, significa no solo una vivienda entre tantas otras conocidas, sino tal vez el déjà vu que mi mente se esfuerza a mostrarme por completo. Insisto en recordar qué me detiene para seguir contemplando, pero no puedo, no sé qué significa, me he quedado inmóvil como un imbécil y no se aun porque permanezco frontal ante este lugar precario, hago un esfuerzo por seguir adelante e ignorar lo que me detuvo pero mis pasos se resisten a que me vaya, en lugar de apartarme mis pies se mueven en dirección a esa casa. Siento que esto es involuntario, pero lo es, alguien toma decisiones por mí o simplemente me dejo llevar porque en el fondo así lo deseo. 

Me acerco a esa pared de sillar y fisgoneo por las grietas dejadas entre un sillar y el otro, es estúpido lo que hago porque es de noche y no podré ver más que oscuridad, sin embargo estoy allí postrado junto a ese muro blanco. Por encima de mi cabeza hay un arbusto de mala hierba que me intenta cubrir o esconder, creo sentirme un espectro de un extraño día. 

Trato de encontrar algo a través de ese muro, pero no lo logro, quizá algo familiar, algo que dejé olvidado pero no hay más que silencio y organismos vivos circulando por la tierra o en el aire. Después de estar mirando con sigilo, camino con bastante discreción hasta la puerta, trato de retroceder y alejarme, el trémulo me divide en dos, finalmente me aventuro para saber quien vive allí, tenía que saberlo, ya no era una cuestión de desconcierto o de locura, era una cuestión personal que me empezaba a consumir.

Al ingresar por una puerta de calamina sostenida por alambres de acero, creí escuchar risas y juegos infantiles desde el fondo de un cuartito de sillar asentado en el rincón de esta propiedad. Enseguida imaginé a niños sin rostro, trepando esas paredes de sillar sobrepuesto, correr como fantasmas en la noche, descalzos, a través de un empedrado que hacía de piso falso y jugando felices entre la tierra aflojada, entre gusanos ennegrecidos y piedras toscas. Una extraña y curiosa imaginación sin siquiera haberlos visto, y siendo yo para ellos poco menos que un intruso, más parecido a un ladrón de medianoche.

No podía quedarme con los brazos cruzados, ya había llegado hasta aquí y creo que no importaba seguir bajo discreción hasta llegar a esa pequeña habitación. Necesitaba no solo ver, quizá deseaba hurgar y reconocer algo que era vital para mí, un leve dolor en mi corazón me estaba diciendo que siga; entonces caminé más, llegue a una rústica puerta de madera, no toqué, lo pude haber hecho, pero ya me era imposible anunciarme, mi intención no era robar o hacer daño a alguien, solo quería saber, la impaciencia me estaba matando.

En el umbral, sin hacer el menor ruido con el giro de la bisagra, empujé un poco la puerta, lo suficiente para inclinar un poco mi cabeza hacia el interior y apreciar ese humilde hogar iluminado por una pálida vela que se agitaba con el estremecimiento de las sombras. Trataba de no provocar torpezas o dejarme tiritando ante lo que podía encontrar, era excesivo, pero lo sentía, lo que había alrededor no era nada sobrenatural o algo que me vaya a dejar ciego, me exacerbe quizá más de lo debido, sin embargo, era otra cosa, algo enigmático y simultáneamente atemporal ante lo que intentaba esclarecer, un hogar pobre, un solo ambiente dividido por algunos muebles baratos, una pequeña sombra moviéndose al otro lado del ropero, posiblemente alguien despierto hasta altas horas de la noche. Evidentemente no había sentido mi presencia. No lo pensé dos veces y penetré más, mis pisadas casi levitaban y mi presencia se confundía entre la luz tenue de la vela, así llegué hasta ese enorme mueble antiguo, junto a éste encontré una silla, asenté cuidadosamente el pie izquierdo en el asiento procurando el mínimo chirrido para no ser descubierto, luego puse el pie derecho y finalmente con los pies en aquella superficie, me erguí por completo para asomarme por encima del mueble, desde esa posición anónima, apoyado a una de las paredes, cualquier rostro sería imperceptible, nadie me podría notar, pero yo si podía ver con cierta claridad a tres niños sobre una cama endeble, dos de ellos, aparentemente los más pequeños, descansando profundamente a ambos brazos de un niño algo más grande, dormían inanimados como en un sueño eterno. El niño que los cuidaba y que era el único despierto, fue recogiendo su semblante hacia mí, como instantes de suspenso, lo hacía atemorizado, lentamente, con el rostro ungido en esa desgracia; de inmediato lo vi todo más diáfano y estremecido, ¡aquel pequeño, abstraído por el sopor de ese pequeño dormitorio , no podía ser más que yo mismo!, ¡sí!, el que no podía dormir cuando los padres aun no llegaban de la chacra o cuando el aguacero era como un castigo del cielo que podía destruir el techo de calamina y ahogarlos en un mar de lamentaciones, ¡aquel niño era yo!, un espejismo perpetuo divagando en el tiempo y en la soledad de aquella recordada casita de la infancia, rodeaba de tantas penumbras como precariedades.

En ese desequilibrio de emociones, fui plenamente descubierto, él me examino hasta las profundidades de mi asombro, no se alarmo cuando se me quedo mirando fijamente, solo me dijo en una entonación trémula: «Ten cuidado con los roedores, son una plaga aterradora en la pobreza, están en cualquier rincón, pueden pretender devorar tu carne y hasta tu corazón, será mejor que los enfrentes sin temor a nada, pero no los contemples llorando, si no, paralizarás tu alma, tu mente y tu cuerpo para siempre».

martes, 7 de abril de 2020

METÁSTASIS


Baja y cuando ya siente la tierra en sus zapatillas, un calor abrasador lo envuelve de pies a la cabeza. De pronto no puede pensar ni vocalizar algo, está conmocionado y poco a poco pierde sus facultades. La percepción de la realidad ya no es lo mismo, cada sonido es un desafío agudo que lo perturba, asume que el mundo alrededor lo compadece, hablan de él, lo ven como a un fenómeno que no merece vivir, ¿será una conspiración? Se pregunta. Solo son curiosos asomándose para verle retorciéndose en el suelo como está, pero él no puede imaginar nada más, solo grita de dolor, parece estar ciego porque tienta las piedras, la basura y la arena, aunque no se levanta y nadie se acerca para ayudarlo, sin embargo logra ponerse en pie, tiene toda la voluntad de hacerlo, es joven y tiene un aspecto corpulento. No se deja desanimar por las condiciones del clima, él sabe que todo puedo superarlo, lo sabe, está en inmejorable edad de hacer y levantarse como quiera proponérselo, pero las ideas se le cierran en límites de atención, solo caminar es un acto de intenso esfuerzo, se alienta a seguir, sus huesos son una herramienta que le causa dolor, de pronto el libro que llevaba en las manos, cae, él se inclina para recogerlo pero cae también, se apoya en sus manos que están sobre la arena, parece un animal en cuatro patas, levantarse lo toma como rebeldía, siente tan pesado el cuerpo, tan blanda la superficie, tan ruidoso el viento tibio, que empieza a desarrollar una metamorfosis física a plena luz del sol, hay gente que lo ve y se aleja, perros que huyen despavoridos, otros curiosos que lo observan de lejos, es un espectáculo después de ser tan insignificante, ya no es un hombre, su aspecto es espantoso, tiene bello muy crecido en toda su piel y protuberancias carnosas y huesudas brotándole por brazos, piernas y espalda, la cabeza es parecida al Neanderthal, se ha quedado desnudo y comienza a dar saltos como el simio que se emociona por alimento, se queja pero son alaridos cada vez más desgarradores, parece que quiere decir algo, sacude la cabeza, mueve los ojos, se altera con los brazos, se traslada unos cuantos pasos como si tuviera discapacidad, es grotesco y monstruoso, anda cabizbajo, cualquiera diría que por sus tímidos movimientos quiere evitar que alguien se altere por su horrenda forma, pero es peor, todos los ven como la bestia que es, nadie quiere entender nada más. Sigue su corta andadura, luce muy fatigado, debe tener un organismo que funcionará por poco tiempo. Llega lo esperado, finalmente se desploma en la arena como la detonación de un inmueble en ruinas, junto a un cúmulo de basura empujada por el viento arremolinado de polución de partículas de los terrenos eriazos. Los curiosos muy pronto se acercan, extrañamente el clima se ha hecho benevolente, un aire frío circula alrededor, el sol se ha bloqueado por nubes grises que traen lluvia y los ruidos han cesado en un silencio placentero. Nadie puede creer lo que ha visto, incluso llegan a pensar que todo ha sido un extraño espejismo provocado por la arena caliente y el fuego del sol al caer en el horizonte. Ese extraño ser viviente ha vuelto a ser un hombre después de unos minutos sobrenaturales, solo que yace tirado y desnudo, esperado quizá a ser tragado por la tierra o refundido en una prisión para fenómenos.
Cada quien contará a su manera que fue un hecho extraordinario, quizá por tanto calor se creó un ser amorfo que seguramente vivía dentro de ese hombre o fue motivado por las condiciones extremas. 
Las cosas que parecen insignificantes se han convertido en un gran mito que atravesará cada recuerdo.

viernes, 13 de julio de 2018

CAPILLA SINIESTRA


Estoy muy perdido en esta calle mayor, ausente de amigos o conocidos dispuestos a acogerme. Es cierto que soy un extraño y no merezco la más mínima consideración de solidaridad a mi desconcierto manifestado al deambular desde el punto “f” hasta la noción “s”, con las mismas intenciones de vagabundeo que desde luego causa inquietud de los vecinos, a los cuales no he podido ver pero que bien pueden estar fisgoneando entre las cortinas de sus ventanas. 
Cuando no he resuelto todavía nada, sigo meditando paso a paso por este lugar, finalmente llego a una esquina, un cruce de calles me hace detener, un árbol talado expone una gran corteza que está posicionada de tal forma intencionada para ocultar la fachada de una añeja construcción de atmósfera misteriosa y deseo siniestro. Me acerco haciendo unos intentos tímidos, hago círculos con las manos en los bolsillos, estoy asombrado de algo y no lo sé, trato de parecer lo más natural posible y distraerme en juegos de espera, mi propósito es no levantar sospechas, no quiero que alguien se fije en mí y mis intenciones de empujar las rejas, penetrar en la casona a la velocidad de una sombra espectral. 
Antes de decidirme a entrar quise tener en claro el panorama de esta construcción, de pronto salto a mi vista una enorme capilla que seguro en alguna época sirvió de estancia ceremonial para esta comunidad, sin embargo por la falta de mantenimiento, el abandono evidente y el alejamiento progresivo de los fieles, se ha visto sometida a la agresividad de temporales y el ensañamiento de la hojarasca dispersa entre el empedrado de su entrada y su arquitectura de época colonial. Lo cierto es que en todos estos minutos de comparecer y contemplar el inmueble no he podido escuchar indicios de vida en su interior, lo que me ha dispuesto a entrar a tropezones, a dejar la reja atrás y seguir inmutable en medio de los huertos marchitos, la alfombra de polvo, sin producir más ruido que mi respiración, mis pisadas deshaciendo las hojas secas, las ramas muertas y en el instante de cortar el aire fraguado. 
Mi ansiedad que suele traicionarme en situaciones como ésta, no me echa a perder esta aventura, aunque siento imposible sostener más la incertidumbre de mantenerme aislado, en pleno desconcierto de no saberme donde estoy y rodeado de un mundo desconocido. 
Por el momento lo único posible es la certidumbre de estar dentro, bajo el techo de estas grandes dimensiones que sirven como refugio para mí. Será necesario replantear mis pensamientos, ordenar mis ideas, enlazar recuerdos y tener las facultades para tomar una decisión antes que la noche me muestre los sonidos estridentes y reflujos sugestivos alrededor de esta capilla. 
Aunque nada es lo que uno se espera, las emociones varían conforme la situación va cambiando, afuera mientras el frío y la desesperación hacían que me deshaga en conjeturas dedicadas a las cuestiones paranormales, las que suelen abstraerme de vez en cuando, dentro de este lugar no hay distinción válida para las cuestiones de origen, las que me movían con angustia por resolver mis ansias de quedar bajo la custodia anónima de quien pueda apreciarme y apreciar todo lo que he demostrado socialmente y como ser creativo. 
Un lugar como éste parece una paradoja hecha aposento con sus instalaciones intactas, su aspecto lúgubre, compositor de encantamientos y monolitos pequeños, no es la más calurosa bienvenida ni me proporciona calma necesaria para corregir mis convicciones, es más bien la cara oculta de los colores pálidos existentes en todas las piezas contiguas modeladas para destacarse como desapercibidas desde la altura y desde sus extremos. 
No había creído impacientarme hasta ahora por escapar a otro lugar, tan pronto, y es que merodear claustros y casonas por cuestiones de curiosidad, me ha expuesto a ser temeroso, a padecer escalofríos que me sobrepasan y me descontrolan hasta el desquicio. 
Me siento arrepentido, no puedo hacer más que estarme quieto, esperando el traspaso de la noche hasta la tímida luz de la madrugada y el anunció de despertar a salvo en la capilla, no obstante sigo ornamentado de ecos y elementos elaborados por oscuras fuerzas malignas que rechazan la belleza de la luz o del propio Dios Todopoderoso. El miedo continua haciendo en mí su labor intimidatoria, las horas me consumen, siento por todas partes seres que prolongan mi desvelo y mi desesperación, nuevamente me asalta el arrepentimiento, tengo congoja pero de pronto dejo de tiritar, ¡basta ya!, gritaré lo que me dé la gana, insulto, maldigo, amenazo, pierdo el control, no me canso de lanzar diatribas, la emprendo contra los insectos y me motivo a vulnerar cualquier misterio. Ya no soy un niño, soy un hombre que no le teme a nada, recorro cada rincón de la capilla, lo hago mientras la oscuridad no me muestra fantasmas o criaturas grotescas que juguetean a las escondidas. Mis manos son prueba evidente de locura y también lo son de miseria, siento suciedad, me tomo el rostro para no creer en nada pero las horas son sufrimientos, no encuentro la puerta para escapar, no hay escapatoria sigo haciendo círculos y mis manos se muestran ennegrecidas como el vacío aterrador que ha profundizado en mi mente, manipulando mi percepción y por lo tanto mi destino. 
Ahora después de ceder ante el cobijo para protegerme como un cobarde, trato de insistir en las preguntas y en el desafío de este mundo que me ha llevado a esta situación escabrosa y asfixiante. Nada puede ser tan perpetuo como esto, y las salidas a veces suelen ser como en ocasiones anteriores, el mismo epicentro incitador de temores, los que hacen de mí, alguien vivo de todos los tiempos que nunca descansa para olvidar.

sábado, 30 de junio de 2018

VIAJE A LAS ANTÍPODAS

Al llegar a Lhoy, la primera vista es una gran franja de rocas de trescientos metros mar adentro, la cual divide a los pescadores artesanales, la zona industrial del puerto, por un lado, y por el otro, un generoso territorio de balnearios acogedores unidos por una extensa alameda, un malecón pintoresco, muchos restaurantes, piscinas con juegos recreativos, descansos y buen clima para el visitante, todo un circuito que hasta la fecha era completamente desconocido para mí y del cual jamás había escuchado hablar, y al parecer muy pocos lo sabían también porque no veía personas alrededor, solo algunos veraneantes en la playa y corredores de tabla dirigiéndose hacia las aguas embravecidas de aquel mar tumultuoso de bruma incesante. 
Tomé mis cosas de la maletera del vehículo y bajé pensativo, estaba descalzo y no había razón del porqué, continué así bajo aquel sol que desprendía un calor menguado y los cláxones ruidosos de los autos en torno al lugar.  No sé qué había olvidado en el camino, trataba de ignorar el hecho, pero las ideas me perseguían, el tiempo transcurría mientras observaba muy cerca la playa, pero no lograba avanzar hasta ella, no había ninguna ruta en línea recta, solo desviaciones entre callecitas, pasajes y escalones que me trasladaban de un punto a otro. Al llegar, pise arena blanca, los pies no me dolían y no sentía calor insoportable, vi entonces desde esa nueva altura la playa y su horizonte como una gran caída de agua hacía algo más profundo, como esas historias antiguas que había leído del mar, el fin del mundo y los monstruos que aguardaban al fondo de esa inmensa cascada. De pronto se ensimismo una gran ola haciendo un torrente, venía a arrasarlo todo pero de sur a norte, no hacía mí. En esas grandes lomas de agua pude ver formas de peces grandiosas pero bestiales a la vez, que se desdoblaban entre las aguas diáfanas de las olas y por debajo de un surfista que al mirarme no hizo ningún gesto, solo siguió en su actividad. Estaba claro que esos peces no intentaban hacerle daño solo lo acompañaban bajo su tabla como animales adiestrados siguiendo al domador. Me acerqué más al acantilado y pude apreciar mejor ese complejo natural de olas gigantescas, bruma revelando a grandes animales prehistóricos del mar y los pocos veraneantes haciendo gala de su temerario talento para bucear cerca de ellos como si se tratase de peces de coral. Mi asombro aumentaba, cada vez más, me retiré enseguida, desvié mi curiosidad y llegué por fin a la casa de un amigo al cual había venido a buscar. Después de estar tocando su puerta unos minutos, me dio la bienvenida haciéndome pasar. Se notaba cabizbajo, no se dejaba ver bien el rostro, me recordó a alguien, todo fue de súbito, pasaron muchas cosas por mi cabeza y al instante le comenté lo que había visto, por lo cual no parecía sorprendido ante mi relato, todo para él era muy normal, incluso tenía una pecera con piedras que se desplazaban de un rincón a otro, él me dijo que no eran piedras, sino peces dormidos que sueñan caminar con extremidades, como los humanos, pero que al despertar caen en el fondo de la pecera y que solo al comer de una hierba que les suele echar, pueden moverse como quieran. Por extraño que parezca no quise ahondar más, vi su reloj de arena sobre la mesa y se hacía muy tarde, por el contrario a través de la ventana el sol no claudicaba por nada. 
Yo seguía esperando sentado a que él me trajera los juguetes de madera por los que vine, entonces se acabó la charla y penetró en el interior de la vivienda. Unos minutos después trajo una caja de vidrio con bordes de madera en todos sus ángulos, en su interior contenía once objetos, al parecer juguetes tallados en madera de escala moderada para niños de ocho años, encontrados de modo fortuito, cuando la empresa contratista del que era trabajador, excavaba los cimientos de un hotel para su construcción, a una distancia de ocho kilómetros desde su casa. En verdad que eran unos juguetes genuinos, montajes de supuestos dinosaurios, muñecas y automóviles semejantes a los de hoy en día. Me aseguró muy explícito que nada por ahí se había construido, nada en absoluto, que los había encontrado muy al fondo, cuando operaba la excavadora hasta la profundidad máxima según el plano, lo cual para esta construcción no era menos de cinco metros. Según sus palabras era aquel un lugar eriazo, nunca fue un relleno sanitario o de basura, no había certeza de que allí haya existido un asentamiento humano reconocido por exploraciones arqueológicas o pobladores más viejos. Le creí, pero obviamente tuve mis dudas, por mi parte solo había pensado en ellos como objetos de curiosidad y valor monetario, no como algo misterioso que se deba develar a la autoridad o acudiendo a especialistas para su pericia profesional. En todo caso me entretuve y fijé más valor a aquello que ahora era nuestro, en definitiva eran piezas en buen estado de conservación, con singulares detalles en su tallado, una extraña vivacidad en sus formas lo cual me entusiasmaba, no sabía que decir, naturalmente solo me restaba admirar semejante artesanía. Mientras negociábamos el precio por cada uno, mi amigo tomó el juguete semejante a un dinosaurio y lo puso en la mesa, de pronto se acercó a él y le gritó ¡despierta!, éste comenzó a moverse dilatando sus extremidades de madera, como si fuera un objeto embrujado, dotado de un mecanismo interno, minucioso, que desprendía vida artificial, y que al moverse se hacía cada vez más autónomo. Mi amigo me advirtió que guardara silencio, así lo hice, esa pieza era fantástica, era más que un simple juguete, ahora lucía más coordinado, menos torpe y se orientaba muy bien en su andar, palpaba el peligro en los límites de la mesa y volteaba a mirarnos como si tuviera un trasfondo de consciencia, era imposible pero así lo percibí.
Al querer detenerlo en una de sus trayectorias, mi amigo me indicó un alto con las manos, se acercó a ese increíble juguete y nuevamente volvió a gritar, aunque ahora pronunció ¡oscuro!, como si se tratara de una sentencia final; aquel pequeño mecanismo se detuvo y pareció degradarse de color, un tono más sepia; fue en ese instante que quise tomarlo entre mis manos, lo haría con mucho cuidado, casi lo tenía cuando de pronto sentí algo inmenso y ensordecedor asomándose a la casa, la puerta estaba abierta y por allí entro el mar caudaloso, como una sombra trasparente de gran densidad, a removerlo todo, estropear las cosas, humedecer cada rincón y llevarse consigo lo que estaba a la deriva y no tenía como sujetarse, destrozó la caja de vidrio y los juguetes de madera se dejaron arrastrar por esa corriente de agua salada que ya se retraída hasta la playa y finalmente al inmenso océano. No tuvimos oportunidad de hacer algo siquiera, apenas pudimos sostenernos en pie agarrados a cualquier cosa empotrada, la situación se nos fue de las manos y lamentamos el hecho, nos dijimos unas palabras finales, salimos a la puerta mientras yo contemplaba perplejo el espectáculo marino y a aquellos humanos tan felices nadando en esas aguas torrenciales de fantasía. Nos estrechamos la manos con tristeza y mucha desazón por lo ocurrido, las cosas casi siempre son así dijo él, y yo le contesté, y si esto suele ocurrir, por qué no tuviste la puerta cerrada, me respondió que no era debido al calor del litoral, a pesar de tener un sol benevolente, el cual «casi nunca dejaba de brillar con ese color tenue», que si decidía cerrar la puerta como lo hace la gente de ciudad, el mar se haría más bravo y arremetería en tal altura y fuerza suficiente como para arrastrar su casa y hasta a él mismo, como ya lo había hecho con otros pobladores de estas orillas, a lo que yo repliqué en tono incrédulo, que los tsunamis no solo castigan a una sola vivienda, no es posible, se puede salir el mar por la marea alta, pero nunca ensañarse con una vivienda como si el océano lo decidiera, pero es así dijo él, y no es un cuento o mito de los pobladores, me lo aclaró y con un tono muy serio.
No habiendo cumplido el objetivo por cual viajé hasta aquí, decidí dar media vuelta y volver entre mis pasos, no obstante todo lo que existía en Lhoy significaba un gran misterio visual, mis ojos no pueden desmentirlo, es más, mientras caminaba por la arena, o sea, por el acantilado, viendo a la playa que se encontraba por debajo a una gran diferencia, aproximadamente unos treinta metros hasta la superficie desde mi punto, mi curiosidad solo me permitía contemplar e idear estupideces como si todo esto se tratara de un cristal intocable. Siguiendo por ese camino, me acerqué a un poblador, él entraba y salía de su vivienda, cuando me paré muy cerca, no me dio la bienvenida, no hizo nada, creo que se escondió y no volvió a salir a pesar que lo llamé para pedirle un favor. En la parte frontal de esa casa, bajo un toldo muy amplio y desteñido, algo muy grande se estaba moviendo, me aproximé al umbral, tenía la idea de que podía ser un invernadero, pero no, lo que encontré en el interior y distribuido a ambos lados eran protuberantes animales marinos que estaban apilados en posición erguida semejantes a manatíes en dos patas, también se dejaban ver cuerpos de aparentes mamíferos acuáticos enrollados con algas azules, contorneándose al vaivén de aquellas celdas o fortalezas de agua que represaba sin vidrios ni otro material las paredes en torno a esas extrañas criaturas, era como una piscigranja de una especie que jamás había visto o imaginado. Todos esos animales marinos eran de una gran proporción, del tamaño de una persona de un metro sesenta de altura, siempre en posición erguida y sin salirse de esas dimensiones del rectángulo cuadrado de agua estática que hacía de acuario y a la vez de crianza para aquellos seres, como si al mar le hubieran sacado dos fragmentos de agua, de tal forma que ese ingente cubo haya sido trasladado a tierra firme a través de un extraordinario método, con el propósito de mantener una especie en cautiverio, tal como si fuera el océano mismo pero en la superficie y bajo la responsabilidad de humanos, con objeto de qué, para un propósito completamente desconocido y misterioso. 
Hasta llegar a la terminal de regreso, nadie quiso darme detalles ni explicaciones de todo esto, las cosas pasaron muy rápido, de incógnito y siempre en silencio, me fui pensando en por qué viaje a Lhoy, las imágenes se diluían de mi cabeza, y cómo no tenía más causa que indagar, me deje llevar por el cansancio y un sueño muy profundo.
En Lhoy

lunes, 23 de abril de 2018

LUX ATENUANDO

Un día no sabes que hacer y miras hacia arriba, encuentras efectos luminosos haciendo círculos alrededor de ti, y el mundo se hace asombroso de pronto. Una persona más y otra, y otra se acerca y también se siente atrapada por aquella extraña luminosidad a poca distancia, tan cerca que enceguece y no se puede ver en forma frontal. Luego un sonido alerta una apertura, las personas retroceden pero no es suficiente, el circulo luminoso hace intervalos en las paredes y en el piso, crea una prisión futurista desfragmentándose en láser automatizado para impedir la huida de los círculos y permanecer a salvo en la vía negativa de una estancia que no contiene más formas físicas.

miércoles, 17 de febrero de 2016

LA SENTENCIA ES INVASIÓN Y EXTERMINIO

En la invasión extraterrestre nuestra prioridad será huir, correr hasta no poder más, escapar de los ataques, que aquellas naves supersónicas ciernen sobre las poblaciones que todavía quedan refugiadas en las partes más altas y recónditas del planeta Tierra. Esa larga oscuridad en nuestra civilización permanecerá por un buen tiempo hasta que humanos de todos credos y condiciones logren adaptarse unos a otros en una convivencia forzada y a la vez tan necesaria.
El enemigo invasor siempre estará al acecho de algún intento de rebelión, no le temblará decidir si nos quiere aniquilar de inmediato como lo viene haciendo en los últimos meses, donde más de la mitad de nuestra raza, la cual creíamos única y de inteligencia insuperable por otro ser vivo, ha sido devastada con un láser que pulveriza y un estruendo ensordecedor originado en el descenso de sus naves.
Lo cierto es que nos vienen aplastando como insectos y nos hacen pedazos «al colocarnos granadas por dentro». Para ellos no significamos más que parásitos inservibles que no supieron cuidar, convivir y proteger su planeta.

Estos seres venidos quizá del espacio cósmico, de algún planeta fuera de la Vía Láctea o del enigmático viaje en el tiempo, parecen retornar cada cierto época, cuando la civilización en curso entra en un túnel crítico de problemas que parecen insalvables como la contaminación del medio ambiente, los desacuerdos políticos, el terror de las guerras, el enfrentamiento religioso, los suicidios, la corrupción, la falta de esperanza por el cambio, la escasez de recursos básicos, sobre población, aumento de indigentes, el albedrío en genética, y tantos otros motivos para que seamos sentenciados por una inteligencia extraterrestre a desparecen hasta el exterminio final.

martes, 9 de febrero de 2016

LA CIUDAD PERDIDA EN EL OCÉANO

En la cima de una roca de una ciudad rodeada de mar y de incertidumbre, he podido comprender como se mantiene la división de tierra y agua: todos somos seres vivos con el entendimiento de acuerdo a su naturaleza, hay un respeto mutuo y alteraciones comprensibles que apenas si sobresalen cuando los movimientos sacuden las emociones de las entrañas.
Junto a mí una legión de aves en formación, las aves del reino místico despliegan sus extremidades humanas y corresponden el mandato de los hombres; ellos caminan hacia los acantilados, emiten sonidos que la brisa amplifica ante el océano y comienzan su aventura, la que el hombre soñó en el tiempo de la mitología.
Cierro los ojos y la ciudad se hace próspera, somos la última colonia sobre la Tierra, el mar lo es todo y las aves-hombres los soñadores reales que pueden verlo todo y corregirnos desde las alturas. El conocimiento seguirá aislado pero seguro en la ciudad perdida en el océano.

viernes, 25 de abril de 2014

EL MOLLE MORTUORIO

Un clima propicio
es más que suficiente;
la luna simétrica amenazada por el espectro glacial
recorre en círculos el trayecto negro
de un fabuloso campo santo empantanado de un esclarecimiento sepia
y hierba,
mala hierba,
gusanos
y mortifixión
corroyendo y arrastrándose por todo el relieve de naturaleza inerte,
que artistas reivindicadores
guian a través de escabrosos laberintos de almas
y populares manifestaciones de leyendas urbanas
a seres sombríos como nosotros
seguidores a pie juntillas e insistentes de la paradoja,
nos confinamos en la incertidumbre de una noche extraña
que pierde sentido común
y murmura lamentos por las apariciones
que recrean curiosas marionetas de color maquillaje
destellando desde la soledad de pabellones abandonados
y detrás de arbustos de molle
del omnipresente molle mortuorio
que se nutre de oscuridad
y desprende
un prolongado ambiente luctuoso.

martes, 5 de febrero de 2013

DeL CaSo MeNTAL A LA LEViTACiÓN

El día que me contaron lo sucedido con Vicenta Avendaño, se me puso la piel de gallina al imaginar aquella escena sobrenatural.
Su vecina, Beatriz, una agradable dama que siempre está dispuesta a platicar, la estaba acompañando esa mañana sofocante de setiembre en la habitación 3-B del piso tercero en el hospital para personas con alteraciones mentales. Hacía calor y las enredaderas del amplio jardín que la institución de salud dispuso para el alivio de los enfermos, debilitaba por la ventana la penetrante radiación del mediodía. Mientras Beatriz le comentaba las faenas que realizaba con mucho desgano los fines de semana y lo bien que le iba a su matrimonio con el nuevo empleo de su marido en la papelera, Vicenta apenas si le respondía con afirmaciones mecánicas, sin percatarse del significado de los comentarios. Como siempre esos monólogos se alargaban los jueves, y precisamente ese día jueves de aspecto tropical, día sensato para olvidar la presión y renovarse para los días de descanso, Beatriz recuerda, que aunque le hablaba de sus asuntos íntimos y en nada se refería a los familiares de Vicenta, por error los trajo a memoria porque un día los vio por la ventana del patio trasero discutiendo de las mismas estupideces materiales. Recuerda que su padre, un anciano que padece de Parkinson, era cruelmente estropeado por sus hermanos, lo cual no era ninguna novedad, más si profunda indignación, porque era una situación constante que veía repetirse cuando todos estaban juntos, y empeoró desde que Vicenta la internaron en ese piso del hospital, evidentemente para personas desequilibradas, donde cruelmente la dejaron por la ignorancia y la dejadez que demostraban como familia.
Ya eran dos meses en que la situación de Vicenta seguía transcurriendo en esa habitación, condenada a un desequilibrio completo si no compraban las medicinas y atendían sus necesidades como las requería. Nadie de su familia se asomaba para estar al menos pendientes de si evoluciona o no. Vicenta vivía de miserias y limosnas, por eso Beatriz puso algún empeño en hacer todo lo posible por conseguir lo que requería y atenderla como un ser humano que es, no obstante después de haberla sosegado lo suficiente como para hacerla dormir, esa extraña mañana de abundante sol, la mostraba a Vicenta ensombrecida por un halo siniestro, Beatriz apreció como su semblante se tornaba distinto, una sonrisa demencial la envolvía, empezaron a brotar exclamaciones de enfado, de odio, y una larga serie de incoherencias y maldiciones, todo en ella había cambiado, su postura dócil en la cama se vio entumecida después en un solo lado, desde la cual invertía sus movimientos en ademanes extraños, Beatriz intuía que nuevamente le vendría esos espasmos o querría retorcerse para hacerse daño, y en efecto la irritación que le había provocado escuchar a sus familiares la hizo estremecer de desagrado, de la pasividad en la cual parecía una paciente discreta, paso a una agresividad sin igual, balbuceando incomprensibles mentadas hacia los cuatro vientos. Por la forma como gesticulaba parecía derrochar una gama prolongada de versiones soeces de desprecio y odio. De pronto esto había concluido en una desazón completa, como ninguna enfermera yacía cerca a esa habitación, Beatriz, que es muy hacendosa con los cuidados y el servicio,  trato de cogerla por las manos y dedicarle alguno que otro sermón tranquilizador, quería hacerle entender por las buenas que su visita era cuestión de una sincera amistad, y que toda palabra muy pronto se la llevaría el viento, que no hay que tomar muy en cuenta lo que se dice por ahí o lo que pueda comentar la gente respecto de su salud, le decía, tu estas bien Vicenta, una semana más y ya verás que te dan de alta y vuelves a la reuniones con nosotras en la casa de campo de Liz. Como a Vicenta le hacía feliz escuchar que todo volvería a la normalidad, Beatriz no escatimaba en hacerle el recuento de todo lo que harían una vez cuando ella ya deje ese tormentoso lugar. Sabía que prometerle cuestiones domésticas en ese momento la haría mantener un alto animo de ilusión y por consecuente la mejoría para sus problemas mentales, sin embargo aunque había tratado de prometer y prometer, de crear escenarios para que Vicenta al menos fuera feliz en la imaginación, haciéndola el centro de la atención y el protagonismo, la pobre mujer no dejaba de exaltarse con algunos recuerdos que obviamente la perturbaban, porque se veía bien incomoda a pesar de que su pieza estaba acondicionada para un placentero descanso, no dejaba de mencionar que alguien la perseguía y que había personas que le insultaban alrededor, cuando en la habitación no había más que dos.  Era evidente que sus nociones del tiempo y el lugar estaban en una alteración constante, parecía que ella hablaba desde un sueño, desde la inconsciencia. Deliraba con una credibilidad dramática. Beatriz conmovida y bastante asustada con la escena que presenciaba, le paso un paño húmedo por la frente y Vicenta calmo por un momento. En aquella tregua Beatriz algo fatigada decidió que tomaría una pequeña siesta por unos minutos. Bueno, sucedió que al despertar, y dirigir su vista hacia el descanso de Vicenta, ella increíblemente levitaba en el centro de la habitación con la misma postura como la había dejado recostada antes de echarse a la siesta. Lo sobrenatural la asombró hasta enmudecerla, de pronto Beatriz despojándose de aquella escena que parecía reflejada de alguna película, se levantó de prisa entre torpezas y atropellos con la silla para abrir la puerta y salir en busca de alguna enfermera. Al volver después de unos cuantos minutos de agitación, en la habitación irradiaba la misma luz sofocante que había cuando este evento no era nada previsible, Vicenta estaba como si nada hubiera pasado, recostada en la misma posición y tan dócil como las plumas que descienden de alguna parte para quedarse a la vista de cualquier y mantener la armonía con la normalidad. Y por supuesto a Beatriz no le creyeron nada, en absoluto, en su lugar le dijeron que se fuera a descansar porque este ambiente ya la estaba haciendo alucinar eventos absurdos. No obstante Beatriz sabía lo que había visto, que perfectamente era real y no parte de la imaginación o un estado sospechoso de vigilia.
Se convenció días después que de un estado mental agudo proclive a estimular procesos extrasensoriales, podía continuarse a un estado paranormal, en este caso de levitación.

La saturación hipersensible originada por una crisis de salud biológica o psicológica, desborda de energía el contenedor cúbico de las capacidades humanas para desprenderse en una absurda proyección de exceso de estridencia mental. A veces como sucede en lo cotidiano, el ser humano no se puede contener en una sola dimensión original, necesita ir más allá de sus límites, abarcar el espacio común para exteriorizar su desmedida idiosincrasia. A veces es imperante salir y demostrar que también se puede ser sobrenatural en medio del ordinario realismo.