sábado, 30 de junio de 2018

VIAJE A LAS ANTÍPODAS

Al llegar a Lhoy, la primera vista es una gran franja de rocas de trescientos metros mar adentro, la cual divide a los pescadores artesanales, la zona industrial del puerto, por un lado, y por el otro, un generoso territorio de balnearios acogedores unidos por una extensa alameda, un malecón pintoresco, muchos restaurantes, piscinas con juegos recreativos, descansos y buen clima para el visitante, todo un circuito que hasta la fecha era completamente desconocido para mí y del cual jamás había escuchado hablar, y al parecer muy pocos lo sabían también porque no veía personas alrededor, solo algunos veraneantes en la playa y corredores de tabla dirigiéndose hacia las aguas embravecidas de aquel mar tumultuoso de bruma incesante. 
Tomé mis cosas de la maletera del vehículo y bajé pensativo, estaba descalzo y no había razón del porqué, continué así bajo aquel sol que desprendía un calor menguado y los cláxones ruidosos de los autos en torno al lugar.  No sé qué había olvidado en el camino, trataba de ignorar el hecho, pero las ideas me perseguían, el tiempo transcurría mientras observaba muy cerca la playa, pero no lograba avanzar hasta ella, no había ninguna ruta en línea recta, solo desviaciones entre callecitas, pasajes y escalones que me trasladaban de un punto a otro. Al llegar, pise arena blanca, los pies no me dolían y no sentía calor insoportable, vi entonces desde esa nueva altura la playa y su horizonte como una gran caída de agua hacía algo más profundo, como esas historias antiguas que había leído del mar, el fin del mundo y los monstruos que aguardaban al fondo de esa inmensa cascada. De pronto se ensimismo una gran ola haciendo un torrente, venía a arrasarlo todo pero de sur a norte, no hacía mí. En esas grandes lomas de agua pude ver formas de peces grandiosas pero bestiales a la vez, que se desdoblaban entre las aguas diáfanas de las olas y por debajo de un surfista que al mirarme no hizo ningún gesto, solo siguió en su actividad. Estaba claro que esos peces no intentaban hacerle daño solo lo acompañaban bajo su tabla como animales adiestrados siguiendo al domador. Me acerqué más al acantilado y pude apreciar mejor ese complejo natural de olas gigantescas, bruma revelando a grandes animales prehistóricos del mar y los pocos veraneantes haciendo gala de su temerario talento para bucear cerca de ellos como si se tratase de peces de coral. Mi asombro aumentaba, cada vez más, me retiré enseguida, desvié mi curiosidad y llegué por fin a la casa de un amigo al cual había venido a buscar. Después de estar tocando su puerta unos minutos, me dio la bienvenida haciéndome pasar. Se notaba cabizbajo, no se dejaba ver bien el rostro, me recordó a alguien, todo fue de súbito, pasaron muchas cosas por mi cabeza y al instante le comenté lo que había visto, por lo cual no parecía sorprendido ante mi relato, todo para él era muy normal, incluso tenía una pecera con piedras que se desplazaban de un rincón a otro, él me dijo que no eran piedras, sino peces dormidos que sueñan caminar con extremidades, como los humanos, pero que al despertar caen en el fondo de la pecera y que solo al comer de una hierba que les suele echar, pueden moverse como quieran. Por extraño que parezca no quise ahondar más, vi su reloj de arena sobre la mesa y se hacía muy tarde, por el contrario a través de la ventana el sol no claudicaba por nada. 
Yo seguía esperando sentado a que él me trajera los juguetes de madera por los que vine, entonces se acabó la charla y penetró en el interior de la vivienda. Unos minutos después trajo una caja de vidrio con bordes de madera en todos sus ángulos, en su interior contenía once objetos, al parecer juguetes tallados en madera de escala moderada para niños de ocho años, encontrados de modo fortuito, cuando la empresa contratista del que era trabajador, excavaba los cimientos de un hotel para su construcción, a una distancia de ocho kilómetros desde su casa. En verdad que eran unos juguetes genuinos, montajes de supuestos dinosaurios, muñecas y automóviles semejantes a los de hoy en día. Me aseguró muy explícito que nada por ahí se había construido, nada en absoluto, que los había encontrado muy al fondo, cuando operaba la excavadora hasta la profundidad máxima según el plano, lo cual para esta construcción no era menos de cinco metros. Según sus palabras era aquel un lugar eriazo, nunca fue un relleno sanitario o de basura, no había certeza de que allí haya existido un asentamiento humano reconocido por exploraciones arqueológicas o pobladores más viejos. Le creí, pero obviamente tuve mis dudas, por mi parte solo había pensado en ellos como objetos de curiosidad y valor monetario, no como algo misterioso que se deba develar a la autoridad o acudiendo a especialistas para su pericia profesional. En todo caso me entretuve y fijé más valor a aquello que ahora era nuestro, en definitiva eran piezas en buen estado de conservación, con singulares detalles en su tallado, una extraña vivacidad en sus formas lo cual me entusiasmaba, no sabía que decir, naturalmente solo me restaba admirar semejante artesanía. Mientras negociábamos el precio por cada uno, mi amigo tomó el juguete semejante a un dinosaurio y lo puso en la mesa, de pronto se acercó a él y le gritó ¡despierta!, éste comenzó a moverse dilatando sus extremidades de madera, como si fuera un objeto embrujado, dotado de un mecanismo interno, minucioso, que desprendía vida artificial, y que al moverse se hacía cada vez más autónomo. Mi amigo me advirtió que guardara silencio, así lo hice, esa pieza era fantástica, era más que un simple juguete, ahora lucía más coordinado, menos torpe y se orientaba muy bien en su andar, palpaba el peligro en los límites de la mesa y volteaba a mirarnos como si tuviera un trasfondo de consciencia, era imposible pero así lo percibí.
Al querer detenerlo en una de sus trayectorias, mi amigo me indicó un alto con las manos, se acercó a ese increíble juguete y nuevamente volvió a gritar, aunque ahora pronunció ¡oscuro!, como si se tratara de una sentencia final; aquel pequeño mecanismo se detuvo y pareció degradarse de color, un tono más sepia; fue en ese instante que quise tomarlo entre mis manos, lo haría con mucho cuidado, casi lo tenía cuando de pronto sentí algo inmenso y ensordecedor asomándose a la casa, la puerta estaba abierta y por allí entro el mar caudaloso, como una sombra trasparente de gran densidad, a removerlo todo, estropear las cosas, humedecer cada rincón y llevarse consigo lo que estaba a la deriva y no tenía como sujetarse, destrozó la caja de vidrio y los juguetes de madera se dejaron arrastrar por esa corriente de agua salada que ya se retraída hasta la playa y finalmente al inmenso océano. No tuvimos oportunidad de hacer algo siquiera, apenas pudimos sostenernos en pie agarrados a cualquier cosa empotrada, la situación se nos fue de las manos y lamentamos el hecho, nos dijimos unas palabras finales, salimos a la puerta mientras yo contemplaba perplejo el espectáculo marino y a aquellos humanos tan felices nadando en esas aguas torrenciales de fantasía. Nos estrechamos la manos con tristeza y mucha desazón por lo ocurrido, las cosas casi siempre son así dijo él, y yo le contesté, y si esto suele ocurrir, por qué no tuviste la puerta cerrada, me respondió que no era debido al calor del litoral, a pesar de tener un sol benevolente, el cual «casi nunca dejaba de brillar con ese color tenue», que si decidía cerrar la puerta como lo hace la gente de ciudad, el mar se haría más bravo y arremetería en tal altura y fuerza suficiente como para arrastrar su casa y hasta a él mismo, como ya lo había hecho con otros pobladores de estas orillas, a lo que yo repliqué en tono incrédulo, que los tsunamis no solo castigan a una sola vivienda, no es posible, se puede salir el mar por la marea alta, pero nunca ensañarse con una vivienda como si el océano lo decidiera, pero es así dijo él, y no es un cuento o mito de los pobladores, me lo aclaró y con un tono muy serio.
No habiendo cumplido el objetivo por cual viajé hasta aquí, decidí dar media vuelta y volver entre mis pasos, no obstante todo lo que existía en Lhoy significaba un gran misterio visual, mis ojos no pueden desmentirlo, es más, mientras caminaba por la arena, o sea, por el acantilado, viendo a la playa que se encontraba por debajo a una gran diferencia, aproximadamente unos treinta metros hasta la superficie desde mi punto, mi curiosidad solo me permitía contemplar e idear estupideces como si todo esto se tratara de un cristal intocable. Siguiendo por ese camino, me acerqué a un poblador, él entraba y salía de su vivienda, cuando me paré muy cerca, no me dio la bienvenida, no hizo nada, creo que se escondió y no volvió a salir a pesar que lo llamé para pedirle un favor. En la parte frontal de esa casa, bajo un toldo muy amplio y desteñido, algo muy grande se estaba moviendo, me aproximé al umbral, tenía la idea de que podía ser un invernadero, pero no, lo que encontré en el interior y distribuido a ambos lados eran protuberantes animales marinos que estaban apilados en posición erguida semejantes a manatíes en dos patas, también se dejaban ver cuerpos de aparentes mamíferos acuáticos enrollados con algas azules, contorneándose al vaivén de aquellas celdas o fortalezas de agua que represaba sin vidrios ni otro material las paredes en torno a esas extrañas criaturas, era como una piscigranja de una especie que jamás había visto o imaginado. Todos esos animales marinos eran de una gran proporción, del tamaño de una persona de un metro sesenta de altura, siempre en posición erguida y sin salirse de esas dimensiones del rectángulo cuadrado de agua estática que hacía de acuario y a la vez de crianza para aquellos seres, como si al mar le hubieran sacado dos fragmentos de agua, de tal forma que ese ingente cubo haya sido trasladado a tierra firme a través de un extraordinario método, con el propósito de mantener una especie en cautiverio, tal como si fuera el océano mismo pero en la superficie y bajo la responsabilidad de humanos, con objeto de qué, para un propósito completamente desconocido y misterioso. 
Hasta llegar a la terminal de regreso, nadie quiso darme detalles ni explicaciones de todo esto, las cosas pasaron muy rápido, de incógnito y siempre en silencio, me fui pensando en por qué viaje a Lhoy, las imágenes se diluían de mi cabeza, y cómo no tenía más causa que indagar, me deje llevar por el cansancio y un sueño muy profundo.
En Lhoy

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