miércoles, 20 de julio de 2011

INFINITO de INQUIETUDES

Cuando ya todos descansan, subo a la azotea con linterna en mano para asegurarme que todo esté en orden y no exista fuga de algún tipo que al día siguiente se tenga que lamentar; llevo conmigo además algo de alimento para los animales domésticos que criamos en un rincón junto a los ladrillos que restaron de la última vez que mi hermano hizo levantar el ambiente para la lavandería.
Como es costumbre, nada parece fuera de lugar y poco hay de sospechoso en cada esquina que parece escondida por la noche; el escrutinio que le doy a cada cosa y la entera atención por descubrir indicios  sediciosos que quizá traten de perjudicar los suministros que tenemos en el primer piso, son como la rutina ficcional que hago como parte del juego que requiero mentirme. Aunque sé que nada aparece ante mis ojos, lo cierto es mis sospechas siempre terminan por recriminarme esta inquietud genuina con esos movimientos y sonidos que realmente no existen en esta realidad que jamás la he aceptado como tal, así como no he aceptado la serenidad de la madurez frente a misterios estériles que no los asumo necesariamente una materia exacta que se deba resolver o deba ser solo de utilidad.
Después de constatar el orden, la seguridad y despejar cualquier duda, los sobresaltos que parecían ensimismarme se diluyeron al silencio de la resignación, por un momento imagine situaciones descabelladlas que en algún otro escenario serían posibles, pero sé que vivir sin abstracciones entre las sombras y la oscuridad absoluta sería como enmudecer eternamente en el mecanismo del método común, felizmente todavía me asombro en el mismo grado y con la misma interrogante delante de la plenitud de la noche, a pesar de que el frio penetrante me obliga a abandonar esta vista de contemplaciones profundas.
Mas allá donde no alcanzo a ver me imagino un lugar parecido a éste, como si fuera un reflejo indeterminado por poderes que jamás alcanzare a comprender, esta noche nuevamente me detiene y yo sigo asombrado como ha sido casi siempre que he vuelto a confesarme silenciosamente que no he crecido lo suficiente para madurar y olvidar que esta grandeza me sosiega de comprensión y me renueva al sencillo sendero de la soledad intocable.
Pero cuando me he enfrentado con temor a este dialogo atípico de sentimientos y asombro por la admiración que me ha desbordado no se he desgastado en nada a pesar del tiempo transcurrido, no he renunciado a sus promesas, porque los secretos que no alcanzo a ver son los que este firmamento cómplice también conserva de mí y todo lo que me ha visto vivir. Mis palabras no caían en vano cuando me apartaba hacia este infinito, encontraba refugio y comodidad, como ir hacia mi propio laberinto de secretos. Arriba es como adentro y no lo puedo negar, cuando miro inerme la inmortalidad de toda esa creación enigmática pienso en todo lo que permanece oculto por los años que se han consumado con la luz parpadeante de alegrías y sufrimientos, también por la juventud permanente que sigue inmóvil por la armonía que ha encontrado.
No he dejado de sonreír con flagelo interior, cuando me ocupo de algo que mis pensamientos se niegan a resignar como las utopías, cuando me resisto a esconderme en una vida repetitiva que parece desintegrarse hacia afuera porque  simplemente no quieren ver el tamaño de lo que podrían llegar a ser si descubrieran entre lo que parece vacío una armonía compleja que los ocuparía en un espacio de inquietudes febriles sin el temor del tiempo.