viernes, 13 de julio de 2018

CAPILLA SINIESTRA


Estoy muy perdido en esta calle mayor, ausente de amigos o conocidos dispuestos a acogerme. Es cierto que soy un extraño y no merezco la más mínima consideración de solidaridad a mi desconcierto manifestado al deambular desde el punto “f” hasta la noción “s”, con las mismas intenciones de vagabundeo que desde luego causa inquietud de los vecinos, a los cuales no he podido ver pero que bien pueden estar fisgoneando entre las cortinas de sus ventanas. 
Cuando no he resuelto todavía nada, sigo meditando paso a paso por este lugar, finalmente llego a una esquina, un cruce de calles me hace detener, un árbol talado expone una gran corteza que está posicionada de tal forma intencionada para ocultar la fachada de una añeja construcción de atmósfera misteriosa y deseo siniestro. Me acerco haciendo unos intentos tímidos, hago círculos con las manos en los bolsillos, estoy asombrado de algo y no lo sé, trato de parecer lo más natural posible y distraerme en juegos de espera, mi propósito es no levantar sospechas, no quiero que alguien se fije en mí y mis intenciones de empujar las rejas, penetrar en la casona a la velocidad de una sombra espectral. 
Antes de decidirme a entrar quise tener en claro el panorama de esta construcción, de pronto salto a mi vista una enorme capilla que seguro en alguna época sirvió de estancia ceremonial para esta comunidad, sin embargo por la falta de mantenimiento, el abandono evidente y el alejamiento progresivo de los fieles, se ha visto sometida a la agresividad de temporales y el ensañamiento de la hojarasca dispersa entre el empedrado de su entrada y su arquitectura de época colonial. Lo cierto es que en todos estos minutos de comparecer y contemplar el inmueble no he podido escuchar indicios de vida en su interior, lo que me ha dispuesto a entrar a tropezones, a dejar la reja atrás y seguir inmutable en medio de los huertos marchitos, la alfombra de polvo, sin producir más ruido que mi respiración, mis pisadas deshaciendo las hojas secas, las ramas muertas y en el instante de cortar el aire fraguado. 
Mi ansiedad que suele traicionarme en situaciones como ésta, no me echa a perder esta aventura, aunque siento imposible sostener más la incertidumbre de mantenerme aislado, en pleno desconcierto de no saberme donde estoy y rodeado de un mundo desconocido. 
Por el momento lo único posible es la certidumbre de estar dentro, bajo el techo de estas grandes dimensiones que sirven como refugio para mí. Será necesario replantear mis pensamientos, ordenar mis ideas, enlazar recuerdos y tener las facultades para tomar una decisión antes que la noche me muestre los sonidos estridentes y reflujos sugestivos alrededor de esta capilla. 
Aunque nada es lo que uno se espera, las emociones varían conforme la situación va cambiando, afuera mientras el frío y la desesperación hacían que me deshaga en conjeturas dedicadas a las cuestiones paranormales, las que suelen abstraerme de vez en cuando, dentro de este lugar no hay distinción válida para las cuestiones de origen, las que me movían con angustia por resolver mis ansias de quedar bajo la custodia anónima de quien pueda apreciarme y apreciar todo lo que he demostrado socialmente y como ser creativo. 
Un lugar como éste parece una paradoja hecha aposento con sus instalaciones intactas, su aspecto lúgubre, compositor de encantamientos y monolitos pequeños, no es la más calurosa bienvenida ni me proporciona calma necesaria para corregir mis convicciones, es más bien la cara oculta de los colores pálidos existentes en todas las piezas contiguas modeladas para destacarse como desapercibidas desde la altura y desde sus extremos. 
No había creído impacientarme hasta ahora por escapar a otro lugar, tan pronto, y es que merodear claustros y casonas por cuestiones de curiosidad, me ha expuesto a ser temeroso, a padecer escalofríos que me sobrepasan y me descontrolan hasta el desquicio. 
Me siento arrepentido, no puedo hacer más que estarme quieto, esperando el traspaso de la noche hasta la tímida luz de la madrugada y el anunció de despertar a salvo en la capilla, no obstante sigo ornamentado de ecos y elementos elaborados por oscuras fuerzas malignas que rechazan la belleza de la luz o del propio Dios Todopoderoso. El miedo continua haciendo en mí su labor intimidatoria, las horas me consumen, siento por todas partes seres que prolongan mi desvelo y mi desesperación, nuevamente me asalta el arrepentimiento, tengo congoja pero de pronto dejo de tiritar, ¡basta ya!, gritaré lo que me dé la gana, insulto, maldigo, amenazo, pierdo el control, no me canso de lanzar diatribas, la emprendo contra los insectos y me motivo a vulnerar cualquier misterio. Ya no soy un niño, soy un hombre que no le teme a nada, recorro cada rincón de la capilla, lo hago mientras la oscuridad no me muestra fantasmas o criaturas grotescas que juguetean a las escondidas. Mis manos son prueba evidente de locura y también lo son de miseria, siento suciedad, me tomo el rostro para no creer en nada pero las horas son sufrimientos, no encuentro la puerta para escapar, no hay escapatoria sigo haciendo círculos y mis manos se muestran ennegrecidas como el vacío aterrador que ha profundizado en mi mente, manipulando mi percepción y por lo tanto mi destino. 
Ahora después de ceder ante el cobijo para protegerme como un cobarde, trato de insistir en las preguntas y en el desafío de este mundo que me ha llevado a esta situación escabrosa y asfixiante. Nada puede ser tan perpetuo como esto, y las salidas a veces suelen ser como en ocasiones anteriores, el mismo epicentro incitador de temores, los que hacen de mí, alguien vivo de todos los tiempos que nunca descansa para olvidar.

sábado, 30 de junio de 2018

VIAJE A LAS ANTÍPODAS

Al llegar a Lhoy, la primera vista es una gran franja de rocas de trescientos metros mar adentro, la cual divide a los pescadores artesanales, la zona industrial del puerto, por un lado, y por el otro, un generoso territorio de balnearios acogedores unidos por una extensa alameda, un malecón pintoresco, muchos restaurantes, piscinas con juegos recreativos, descansos y buen clima para el visitante, todo un circuito que hasta la fecha era completamente desconocido para mí y del cual jamás había escuchado hablar, y al parecer muy pocos lo sabían también porque no veía personas alrededor, solo algunos veraneantes en la playa y corredores de tabla dirigiéndose hacia las aguas embravecidas de aquel mar tumultuoso de bruma incesante. 
Tomé mis cosas de la maletera del vehículo y bajé pensativo, estaba descalzo y no había razón del porqué, continué así bajo aquel sol que desprendía un calor menguado y los cláxones ruidosos de los autos en torno al lugar.  No sé qué había olvidado en el camino, trataba de ignorar el hecho, pero las ideas me perseguían, el tiempo transcurría mientras observaba muy cerca la playa, pero no lograba avanzar hasta ella, no había ninguna ruta en línea recta, solo desviaciones entre callecitas, pasajes y escalones que me trasladaban de un punto a otro. Al llegar, pise arena blanca, los pies no me dolían y no sentía calor insoportable, vi entonces desde esa nueva altura la playa y su horizonte como una gran caída de agua hacía algo más profundo, como esas historias antiguas que había leído del mar, el fin del mundo y los monstruos que aguardaban al fondo de esa inmensa cascada. De pronto se ensimismo una gran ola haciendo un torrente, venía a arrasarlo todo pero de sur a norte, no hacía mí. En esas grandes lomas de agua pude ver formas de peces grandiosas pero bestiales a la vez, que se desdoblaban entre las aguas diáfanas de las olas y por debajo de un surfista que al mirarme no hizo ningún gesto, solo siguió en su actividad. Estaba claro que esos peces no intentaban hacerle daño solo lo acompañaban bajo su tabla como animales adiestrados siguiendo al domador. Me acerqué más al acantilado y pude apreciar mejor ese complejo natural de olas gigantescas, bruma revelando a grandes animales prehistóricos del mar y los pocos veraneantes haciendo gala de su temerario talento para bucear cerca de ellos como si se tratase de peces de coral. Mi asombro aumentaba, cada vez más, me retiré enseguida, desvié mi curiosidad y llegué por fin a la casa de un amigo al cual había venido a buscar. Después de estar tocando su puerta unos minutos, me dio la bienvenida haciéndome pasar. Se notaba cabizbajo, no se dejaba ver bien el rostro, me recordó a alguien, todo fue de súbito, pasaron muchas cosas por mi cabeza y al instante le comenté lo que había visto, por lo cual no parecía sorprendido ante mi relato, todo para él era muy normal, incluso tenía una pecera con piedras que se desplazaban de un rincón a otro, él me dijo que no eran piedras, sino peces dormidos que sueñan caminar con extremidades, como los humanos, pero que al despertar caen en el fondo de la pecera y que solo al comer de una hierba que les suele echar, pueden moverse como quieran. Por extraño que parezca no quise ahondar más, vi su reloj de arena sobre la mesa y se hacía muy tarde, por el contrario a través de la ventana el sol no claudicaba por nada. 
Yo seguía esperando sentado a que él me trajera los juguetes de madera por los que vine, entonces se acabó la charla y penetró en el interior de la vivienda. Unos minutos después trajo una caja de vidrio con bordes de madera en todos sus ángulos, en su interior contenía once objetos, al parecer juguetes tallados en madera de escala moderada para niños de ocho años, encontrados de modo fortuito, cuando la empresa contratista del que era trabajador, excavaba los cimientos de un hotel para su construcción, a una distancia de ocho kilómetros desde su casa. En verdad que eran unos juguetes genuinos, montajes de supuestos dinosaurios, muñecas y automóviles semejantes a los de hoy en día. Me aseguró muy explícito que nada por ahí se había construido, nada en absoluto, que los había encontrado muy al fondo, cuando operaba la excavadora hasta la profundidad máxima según el plano, lo cual para esta construcción no era menos de cinco metros. Según sus palabras era aquel un lugar eriazo, nunca fue un relleno sanitario o de basura, no había certeza de que allí haya existido un asentamiento humano reconocido por exploraciones arqueológicas o pobladores más viejos. Le creí, pero obviamente tuve mis dudas, por mi parte solo había pensado en ellos como objetos de curiosidad y valor monetario, no como algo misterioso que se deba develar a la autoridad o acudiendo a especialistas para su pericia profesional. En todo caso me entretuve y fijé más valor a aquello que ahora era nuestro, en definitiva eran piezas en buen estado de conservación, con singulares detalles en su tallado, una extraña vivacidad en sus formas lo cual me entusiasmaba, no sabía que decir, naturalmente solo me restaba admirar semejante artesanía. Mientras negociábamos el precio por cada uno, mi amigo tomó el juguete semejante a un dinosaurio y lo puso en la mesa, de pronto se acercó a él y le gritó ¡despierta!, éste comenzó a moverse dilatando sus extremidades de madera, como si fuera un objeto embrujado, dotado de un mecanismo interno, minucioso, que desprendía vida artificial, y que al moverse se hacía cada vez más autónomo. Mi amigo me advirtió que guardara silencio, así lo hice, esa pieza era fantástica, era más que un simple juguete, ahora lucía más coordinado, menos torpe y se orientaba muy bien en su andar, palpaba el peligro en los límites de la mesa y volteaba a mirarnos como si tuviera un trasfondo de consciencia, era imposible pero así lo percibí.
Al querer detenerlo en una de sus trayectorias, mi amigo me indicó un alto con las manos, se acercó a ese increíble juguete y nuevamente volvió a gritar, aunque ahora pronunció ¡oscuro!, como si se tratara de una sentencia final; aquel pequeño mecanismo se detuvo y pareció degradarse de color, un tono más sepia; fue en ese instante que quise tomarlo entre mis manos, lo haría con mucho cuidado, casi lo tenía cuando de pronto sentí algo inmenso y ensordecedor asomándose a la casa, la puerta estaba abierta y por allí entro el mar caudaloso, como una sombra trasparente de gran densidad, a removerlo todo, estropear las cosas, humedecer cada rincón y llevarse consigo lo que estaba a la deriva y no tenía como sujetarse, destrozó la caja de vidrio y los juguetes de madera se dejaron arrastrar por esa corriente de agua salada que ya se retraída hasta la playa y finalmente al inmenso océano. No tuvimos oportunidad de hacer algo siquiera, apenas pudimos sostenernos en pie agarrados a cualquier cosa empotrada, la situación se nos fue de las manos y lamentamos el hecho, nos dijimos unas palabras finales, salimos a la puerta mientras yo contemplaba perplejo el espectáculo marino y a aquellos humanos tan felices nadando en esas aguas torrenciales de fantasía. Nos estrechamos la manos con tristeza y mucha desazón por lo ocurrido, las cosas casi siempre son así dijo él, y yo le contesté, y si esto suele ocurrir, por qué no tuviste la puerta cerrada, me respondió que no era debido al calor del litoral, a pesar de tener un sol benevolente, el cual «casi nunca dejaba de brillar con ese color tenue», que si decidía cerrar la puerta como lo hace la gente de ciudad, el mar se haría más bravo y arremetería en tal altura y fuerza suficiente como para arrastrar su casa y hasta a él mismo, como ya lo había hecho con otros pobladores de estas orillas, a lo que yo repliqué en tono incrédulo, que los tsunamis no solo castigan a una sola vivienda, no es posible, se puede salir el mar por la marea alta, pero nunca ensañarse con una vivienda como si el océano lo decidiera, pero es así dijo él, y no es un cuento o mito de los pobladores, me lo aclaró y con un tono muy serio.
No habiendo cumplido el objetivo por cual viajé hasta aquí, decidí dar media vuelta y volver entre mis pasos, no obstante todo lo que existía en Lhoy significaba un gran misterio visual, mis ojos no pueden desmentirlo, es más, mientras caminaba por la arena, o sea, por el acantilado, viendo a la playa que se encontraba por debajo a una gran diferencia, aproximadamente unos treinta metros hasta la superficie desde mi punto, mi curiosidad solo me permitía contemplar e idear estupideces como si todo esto se tratara de un cristal intocable. Siguiendo por ese camino, me acerqué a un poblador, él entraba y salía de su vivienda, cuando me paré muy cerca, no me dio la bienvenida, no hizo nada, creo que se escondió y no volvió a salir a pesar que lo llamé para pedirle un favor. En la parte frontal de esa casa, bajo un toldo muy amplio y desteñido, algo muy grande se estaba moviendo, me aproximé al umbral, tenía la idea de que podía ser un invernadero, pero no, lo que encontré en el interior y distribuido a ambos lados eran protuberantes animales marinos que estaban apilados en posición erguida semejantes a manatíes en dos patas, también se dejaban ver cuerpos de aparentes mamíferos acuáticos enrollados con algas azules, contorneándose al vaivén de aquellas celdas o fortalezas de agua que represaba sin vidrios ni otro material las paredes en torno a esas extrañas criaturas, era como una piscigranja de una especie que jamás había visto o imaginado. Todos esos animales marinos eran de una gran proporción, del tamaño de una persona de un metro sesenta de altura, siempre en posición erguida y sin salirse de esas dimensiones del rectángulo cuadrado de agua estática que hacía de acuario y a la vez de crianza para aquellos seres, como si al mar le hubieran sacado dos fragmentos de agua, de tal forma que ese ingente cubo haya sido trasladado a tierra firme a través de un extraordinario método, con el propósito de mantener una especie en cautiverio, tal como si fuera el océano mismo pero en la superficie y bajo la responsabilidad de humanos, con objeto de qué, para un propósito completamente desconocido y misterioso. 
Hasta llegar a la terminal de regreso, nadie quiso darme detalles ni explicaciones de todo esto, las cosas pasaron muy rápido, de incógnito y siempre en silencio, me fui pensando en por qué viaje a Lhoy, las imágenes se diluían de mi cabeza, y cómo no tenía más causa que indagar, me deje llevar por el cansancio y un sueño muy profundo.
En Lhoy

lunes, 23 de abril de 2018

LUX ATENUANDO

Un día no sabes que hacer y miras hacia arriba, encuentras efectos luminosos haciendo círculos alrededor de ti, y el mundo se hace asombroso de pronto. Una persona más y otra, y otra se acerca y también se siente atrapada por aquella extraña luminosidad a poca distancia, tan cerca que enceguece y no se puede ver en forma frontal. Luego un sonido alerta una apertura, las personas retroceden pero no es suficiente, el circulo luminoso hace intervalos en las paredes y en el piso, crea una prisión futurista desfragmentándose en láser automatizado para impedir la huida de los círculos y permanecer a salvo en la vía negativa de una estancia que no contiene más formas físicas.