lunes, 7 de septiembre de 2020

ALGO QUE NO SE OLVIDA

En días posteriores, como si me desprendiera de un relámpago, empecé a caminar extenuado, regresando de un lugar desconocido y en dirección incierta, aunque teniendo algo en mente, nostalgia por llegar pronto, pero sin saber exactamente a qué lugar. La noche era muy atípica, como si el mundo nocturno estaría completamente inmóvil, un plano ficticio que se podía ver y sobrellevar pero que no podía tocar, ni meditar en ello, solo caminar, moverme, sin ceder a las reflexiones o a las interrogantes. 

Retornaba muy tarde, no lo sé bien, pero mis pasos se hacían cuidadosos, mis zapatos estaban llenos de polvo, subía y avanzaba entre calles desiertas a veces inaccesibles y sin personas deambulando, no escuchaba ni los típicos ladridos de perros, el eterno unísono de alguna fábrica o el sonido aunado del centro de la ciudad, nada en absoluto, tan solo casas que no reconocía a primera vista y un temor profundo al horario, quizá por eso sudaba frío, mi pulsaciones las sentía muy aceleradas. Seguía sin detenerme, pasmado a ratos por ver mi sombra agigantándose y hacerse casi imperceptible. 

En esa iluminación rectilínea de aquel lugar, solo la inercia me impulsaba a no quedarme inmóvil para seguir o quizá perderme y no saber qué tiempo sería éste. Mi ánimo aunque voluntarioso e incansable se veía pausado por instantes y mi rostro desencajado en los distintos caminos que se abrían ante mis ojos. 

Sin embargo, aunque todo parecía irreal, no me sentía del todo ajeno a esta ciudad, hay algo que no se olvida pero no puedo recordar con suficiente claridad qué es, qué escondo o qué busco, mi imaginación se aceleraba más que el propio ahora. Al caminar por aquí sentía la nostalgia perdida en alguna aventura o recuento de algunas experiencias que al instante parecían desvanecerse. Tenía los bolsillos holgados y el corazón me latía entre escalofríos, este andar no me hacía bien, felizmente nadie lo podía notar, no quería aparentar extrañeza pero era inevitable, el presente lo era todo, mis piernas seguían en pleno movimiento y por lo pronto no querría saber nada del devenir. 

Atravesaba un pasaje muy reducido, algo sombrío, de casas idénticas entre sí y hermosos jardines al descubierto. Poco a poco me costaba avanzar más, no me restaba mucho vigor, de pronto en medio de ese laberinto sin salida, una extensa pared levantada con bloques deteriorados de sillar, aparecía ante mí, contrastando notoriamente con las construcciones de material noble de las viviendas contiguas, además del aspecto lúgubre sondeando ese perímetro, sin ninguna luz eléctrica que alumbrase, apenas si se ceñía la leve claridad de una estática luna menguante; quizá todo eso llamó mi atención y de inmediato una aguda ansiedad para detenerme sin mayor ganas de seguir andando. 

Me era raro hacer un alto por un lugar así, sin mayor importancia y además de ser común en esta ciudad, porque este tipo de construcciones improvisadas, generalmente hechas por gente humilde, no tiene nada de asombroso, son cosas relacionadas a la misma situación económica, no obstante para mí lo era, significa no solo una vivienda entre tantas otras conocidas, sino tal vez el déjà vu que mi mente se esfuerza a mostrarme por completo. Insisto en recordar qué me detiene para seguir contemplando, pero no puedo, no sé qué significa, me he quedado inmóvil como un imbécil y no se aun porque permanezco frontal ante este lugar precario, hago un esfuerzo por seguir adelante e ignorar lo que me detuvo pero mis pasos se resisten a que me vaya, en lugar de apartarme mis pies se mueven en dirección a esa casa. Siento que esto es involuntario, pero lo es, alguien toma decisiones por mí o simplemente me dejo llevar porque en el fondo así lo deseo. 

Me acerco a esa pared de sillar y fisgoneo por las grietas dejadas entre un sillar y el otro, es estúpido lo que hago porque es de noche y no podré ver más que oscuridad, sin embargo estoy allí postrado junto a ese muro blanco. Por encima de mi cabeza hay un arbusto de mala hierba que me intenta cubrir o esconder, creo sentirme un espectro de un extraño día. 

Trato de encontrar algo a través de ese muro, pero no lo logro, quizá algo familiar, algo que dejé olvidado pero no hay más que silencio y organismos vivos circulando por la tierra o en el aire. Después de estar mirando con sigilo, camino con bastante discreción hasta la puerta, trato de retroceder y alejarme, el trémulo me divide en dos, finalmente me aventuro para saber quien vive allí, tenía que saberlo, ya no era una cuestión de desconcierto o de locura, era una cuestión personal que me empezaba a consumir.

Al ingresar por una puerta de calamina sostenida por alambres de acero, creí escuchar risas y juegos infantiles desde el fondo de un cuartito de sillar asentado en el rincón de esta propiedad. Enseguida imaginé a niños sin rostro, trepando esas paredes de sillar sobrepuesto, correr como fantasmas en la noche, descalzos, a través de un empedrado que hacía de piso falso y jugando felices entre la tierra aflojada, entre gusanos ennegrecidos y piedras toscas. Una extraña y curiosa imaginación sin siquiera haberlos visto, y siendo yo para ellos poco menos que un intruso, más parecido a un ladrón de medianoche.

No podía quedarme con los brazos cruzados, ya había llegado hasta aquí y creo que no importaba seguir bajo discreción hasta llegar a esa pequeña habitación. Necesitaba no solo ver, quizá deseaba hurgar y reconocer algo que era vital para mí, un leve dolor en mi corazón me estaba diciendo que siga; entonces caminé más, llegue a una rústica puerta de madera, no toqué, lo pude haber hecho, pero ya me era imposible anunciarme, mi intención no era robar o hacer daño a alguien, solo quería saber, la impaciencia me estaba matando.

En el umbral, sin hacer el menor ruido con el giro de la bisagra, empujé un poco la puerta, lo suficiente para inclinar un poco mi cabeza hacia el interior y apreciar ese humilde hogar iluminado por una pálida vela que se agitaba con el estremecimiento de las sombras. Trataba de no provocar torpezas o dejarme tiritando ante lo que podía encontrar, era excesivo, pero lo sentía, lo que había alrededor no era nada sobrenatural o algo que me vaya a dejar ciego, me exacerbe quizá más de lo debido, sin embargo, era otra cosa, algo enigmático y simultáneamente atemporal ante lo que intentaba esclarecer, un hogar pobre, un solo ambiente dividido por algunos muebles baratos, una pequeña sombra moviéndose al otro lado del ropero, posiblemente alguien despierto hasta altas horas de la noche. Evidentemente no había sentido mi presencia. No lo pensé dos veces y penetré más, mis pisadas casi levitaban y mi presencia se confundía entre la luz tenue de la vela, así llegué hasta ese enorme mueble antiguo, junto a éste encontré una silla, asenté cuidadosamente el pie izquierdo en el asiento procurando el mínimo chirrido para no ser descubierto, luego puse el pie derecho y finalmente con los pies en aquella superficie, me erguí por completo para asomarme por encima del mueble, desde esa posición anónima, apoyado a una de las paredes, cualquier rostro sería imperceptible, nadie me podría notar, pero yo si podía ver con cierta claridad a tres niños sobre una cama endeble, dos de ellos, aparentemente los más pequeños, descansando profundamente a ambos brazos de un niño algo más grande, dormían inanimados como en un sueño eterno. El niño que los cuidaba y que era el único despierto, fue recogiendo su semblante hacia mí, como instantes de suspenso, lo hacía atemorizado, lentamente, con el rostro ungido en esa desgracia; de inmediato lo vi todo más diáfano y estremecido, ¡aquel pequeño, abstraído por el sopor de ese pequeño dormitorio , no podía ser más que yo mismo!, ¡sí!, el que no podía dormir cuando los padres aun no llegaban de la chacra o cuando el aguacero era como un castigo del cielo que podía destruir el techo de calamina y ahogarlos en un mar de lamentaciones, ¡aquel niño era yo!, un espejismo perpetuo divagando en el tiempo y en la soledad de aquella recordada casita de la infancia, rodeaba de tantas penumbras como precariedades.

En ese desequilibrio de emociones, fui plenamente descubierto, él me examino hasta las profundidades de mi asombro, no se alarmo cuando se me quedo mirando fijamente, solo me dijo en una entonación trémula: «Ten cuidado con los roedores, son una plaga aterradora en la pobreza, están en cualquier rincón, pueden pretender devorar tu carne y hasta tu corazón, será mejor que los enfrentes sin temor a nada, pero no los contemples llorando, si no, paralizarás tu alma, tu mente y tu cuerpo para siempre».