martes, 5 de febrero de 2013

DeL CaSo MeNTAL A LA LEViTACiÓN

El día que me contaron lo sucedido con Vicenta Avendaño, se me puso la piel de gallina al imaginar aquella escena sobrenatural.
Su vecina, Beatriz, una agradable dama que siempre está dispuesta a platicar, la estaba acompañando esa mañana sofocante de setiembre en la habitación 3-B del piso tercero en el hospital para personas con alteraciones mentales. Hacía calor y las enredaderas del amplio jardín que la institución de salud dispuso para el alivio de los enfermos, debilitaba por la ventana la penetrante radiación del mediodía. Mientras Beatriz le comentaba las faenas que realizaba con mucho desgano los fines de semana y lo bien que le iba a su matrimonio con el nuevo empleo de su marido en la papelera, Vicenta apenas si le respondía con afirmaciones mecánicas, sin percatarse del significado de los comentarios. Como siempre esos monólogos se alargaban los jueves, y precisamente ese día jueves de aspecto tropical, día sensato para olvidar la presión y renovarse para los días de descanso, Beatriz recuerda, que aunque le hablaba de sus asuntos íntimos y en nada se refería a los familiares de Vicenta, por error los trajo a memoria porque un día los vio por la ventana del patio trasero discutiendo de las mismas estupideces materiales. Recuerda que su padre, un anciano que padece de Parkinson, era cruelmente estropeado por sus hermanos, lo cual no era ninguna novedad, más si profunda indignación, porque era una situación constante que veía repetirse cuando todos estaban juntos, y empeoró desde que Vicenta la internaron en ese piso del hospital, evidentemente para personas desequilibradas, donde cruelmente la dejaron por la ignorancia y la dejadez que demostraban como familia.
Ya eran dos meses en que la situación de Vicenta seguía transcurriendo en esa habitación, condenada a un desequilibrio completo si no compraban las medicinas y atendían sus necesidades como las requería. Nadie de su familia se asomaba para estar al menos pendientes de si evoluciona o no. Vicenta vivía de miserias y limosnas, por eso Beatriz puso algún empeño en hacer todo lo posible por conseguir lo que requería y atenderla como un ser humano que es, no obstante después de haberla sosegado lo suficiente como para hacerla dormir, esa extraña mañana de abundante sol, la mostraba a Vicenta ensombrecida por un halo siniestro, Beatriz apreció como su semblante se tornaba distinto, una sonrisa demencial la envolvía, empezaron a brotar exclamaciones de enfado, de odio, y una larga serie de incoherencias y maldiciones, todo en ella había cambiado, su postura dócil en la cama se vio entumecida después en un solo lado, desde la cual invertía sus movimientos en ademanes extraños, Beatriz intuía que nuevamente le vendría esos espasmos o querría retorcerse para hacerse daño, y en efecto la irritación que le había provocado escuchar a sus familiares la hizo estremecer de desagrado, de la pasividad en la cual parecía una paciente discreta, paso a una agresividad sin igual, balbuceando incomprensibles mentadas hacia los cuatro vientos. Por la forma como gesticulaba parecía derrochar una gama prolongada de versiones soeces de desprecio y odio. De pronto esto había concluido en una desazón completa, como ninguna enfermera yacía cerca a esa habitación, Beatriz, que es muy hacendosa con los cuidados y el servicio,  trato de cogerla por las manos y dedicarle alguno que otro sermón tranquilizador, quería hacerle entender por las buenas que su visita era cuestión de una sincera amistad, y que toda palabra muy pronto se la llevaría el viento, que no hay que tomar muy en cuenta lo que se dice por ahí o lo que pueda comentar la gente respecto de su salud, le decía, tu estas bien Vicenta, una semana más y ya verás que te dan de alta y vuelves a la reuniones con nosotras en la casa de campo de Liz. Como a Vicenta le hacía feliz escuchar que todo volvería a la normalidad, Beatriz no escatimaba en hacerle el recuento de todo lo que harían una vez cuando ella ya deje ese tormentoso lugar. Sabía que prometerle cuestiones domésticas en ese momento la haría mantener un alto animo de ilusión y por consecuente la mejoría para sus problemas mentales, sin embargo aunque había tratado de prometer y prometer, de crear escenarios para que Vicenta al menos fuera feliz en la imaginación, haciéndola el centro de la atención y el protagonismo, la pobre mujer no dejaba de exaltarse con algunos recuerdos que obviamente la perturbaban, porque se veía bien incomoda a pesar de que su pieza estaba acondicionada para un placentero descanso, no dejaba de mencionar que alguien la perseguía y que había personas que le insultaban alrededor, cuando en la habitación no había más que dos.  Era evidente que sus nociones del tiempo y el lugar estaban en una alteración constante, parecía que ella hablaba desde un sueño, desde la inconsciencia. Deliraba con una credibilidad dramática. Beatriz conmovida y bastante asustada con la escena que presenciaba, le paso un paño húmedo por la frente y Vicenta calmo por un momento. En aquella tregua Beatriz algo fatigada decidió que tomaría una pequeña siesta por unos minutos. Bueno, sucedió que al despertar, y dirigir su vista hacia el descanso de Vicenta, ella increíblemente levitaba en el centro de la habitación con la misma postura como la había dejado recostada antes de echarse a la siesta. Lo sobrenatural la asombró hasta enmudecerla, de pronto Beatriz despojándose de aquella escena que parecía reflejada de alguna película, se levantó de prisa entre torpezas y atropellos con la silla para abrir la puerta y salir en busca de alguna enfermera. Al volver después de unos cuantos minutos de agitación, en la habitación irradiaba la misma luz sofocante que había cuando este evento no era nada previsible, Vicenta estaba como si nada hubiera pasado, recostada en la misma posición y tan dócil como las plumas que descienden de alguna parte para quedarse a la vista de cualquier y mantener la armonía con la normalidad. Y por supuesto a Beatriz no le creyeron nada, en absoluto, en su lugar le dijeron que se fuera a descansar porque este ambiente ya la estaba haciendo alucinar eventos absurdos. No obstante Beatriz sabía lo que había visto, que perfectamente era real y no parte de la imaginación o un estado sospechoso de vigilia.
Se convenció días después que de un estado mental agudo proclive a estimular procesos extrasensoriales, podía continuarse a un estado paranormal, en este caso de levitación.

La saturación hipersensible originada por una crisis de salud biológica o psicológica, desborda de energía el contenedor cúbico de las capacidades humanas para desprenderse en una absurda proyección de exceso de estridencia mental. A veces como sucede en lo cotidiano, el ser humano no se puede contener en una sola dimensión original, necesita ir más allá de sus límites, abarcar el espacio común para exteriorizar su desmedida idiosincrasia. A veces es imperante salir y demostrar que también se puede ser sobrenatural en medio del ordinario realismo.

miércoles, 2 de enero de 2013

Sesiones de Espiritismo I



Cuando sueño aparezco de pronto asomándome con cautela por un mercado que mi mente se resiste a olvidar. Me acerco de noche acumulando escalofríos, sin embargo sigo adelante resistiendo el viento perturbador que sopla como si fueran lamentos de la miseria destellando en una oscuridad que ha convertido en fantasmas todos los recuerdos del día, como el mío, que sobresale en mi desasosiego permanente.
Aparecer en este absurdo para reconstruir lo que parecía frívolo, me resigna a una posibilidad poco esencial. Sigo adelante pero al mismo tiempo retornando por un camino pasado dispersado en las anécdotas y experiencias de un intercambio que en ese momento tenía sentido.
Volver para recordar con temor los espectros residuales de aquellos días bienintencionados que sólo yo puedo rememorar con más sufrimiento que alivio. Ahora no existen más que sombras acumuladas guardando historias en plena descomposición, mientras yo sigo atormentado pisando un vacío que podrá despertarme de esta locura infinita de largo aliento, donde los rostros humildes se acercan a una muerte por desesperación que me son difíciles de ignorar.
Caminar en esta escena es conciliar la noche melancólica en soledad, con la jornada popular que me ha significado la vida. El clamor viene desde el fondo, por eso soñando es posible anular lo que se ha quedado sin remedio cuando parecía florecer en el desorden de la informalidad un vínculo que el tiempo y el lugar ha comprometido con insistencia.