Su vecina, Beatriz, una agradable dama que siempre está dispuesta a
platicar, la estaba acompañando esa mañana sofocante de setiembre en la
habitación 3-B del piso tercero en el hospital para personas con alteraciones
mentales. Hacía calor y las enredaderas del amplio jardín que la institución de
salud dispuso para el alivio de los enfermos, debilitaba por la ventana la
penetrante radiación del mediodía. Mientras Beatriz le comentaba las faenas que
realizaba con mucho desgano los fines de semana y lo bien que le iba a su
matrimonio con el nuevo empleo de su marido en la papelera, Vicenta apenas si
le respondía con afirmaciones mecánicas, sin percatarse del significado de los
comentarios. Como siempre esos monólogos se alargaban los jueves, y
precisamente ese día jueves de aspecto tropical, día sensato para olvidar la
presión y renovarse para los días de descanso, Beatriz recuerda, que aunque le
hablaba de sus asuntos íntimos y en nada se refería a los familiares de
Vicenta, por error los trajo a memoria porque un día los vio por la ventana del
patio trasero discutiendo de las mismas estupideces materiales. Recuerda que su
padre, un anciano que padece de Parkinson, era cruelmente estropeado por sus
hermanos, lo cual no era ninguna novedad, más si profunda indignación, porque
era una situación constante que veía repetirse cuando todos estaban juntos, y
empeoró desde que Vicenta la internaron en ese piso del hospital, evidentemente
para personas desequilibradas, donde cruelmente la dejaron por la ignorancia y
la dejadez que demostraban como familia.
Ya eran dos meses en que la situación de Vicenta seguía transcurriendo
en esa habitación, condenada a un desequilibrio completo si no compraban las
medicinas y atendían sus necesidades como las requería. Nadie de su familia se
asomaba para estar al menos pendientes de si evoluciona o no. Vicenta vivía de
miserias y limosnas, por eso Beatriz puso algún empeño en hacer todo lo posible
por conseguir lo que requería y atenderla como un ser humano que es, no
obstante después de haberla sosegado lo suficiente como para hacerla dormir,
esa extraña mañana de abundante sol, la mostraba a Vicenta ensombrecida por un
halo siniestro, Beatriz apreció como su semblante se tornaba distinto, una
sonrisa demencial la envolvía, empezaron a brotar exclamaciones de enfado, de
odio, y una larga serie de incoherencias y maldiciones, todo en ella había
cambiado, su postura dócil en la cama se vio entumecida después en un solo
lado, desde la cual invertía sus movimientos en ademanes extraños, Beatriz
intuía que nuevamente le vendría esos espasmos o querría retorcerse para
hacerse daño, y en efecto la irritación que le había provocado escuchar a sus
familiares la hizo estremecer de desagrado, de la pasividad en la cual parecía
una paciente discreta, paso a una agresividad sin igual, balbuceando
incomprensibles mentadas hacia los cuatro vientos. Por la forma como
gesticulaba parecía derrochar una gama prolongada de versiones soeces de
desprecio y odio. De pronto esto había concluido en una desazón completa, como
ninguna enfermera yacía cerca a esa habitación, Beatriz, que es muy
hacendosa con los cuidados y el servicio,
trato de cogerla por las manos y dedicarle alguno que otro sermón
tranquilizador, quería hacerle entender por las buenas que su visita era
cuestión de una sincera amistad, y que toda palabra muy pronto se la llevaría
el viento, que no hay que tomar muy en cuenta lo que se dice por ahí o lo que
pueda comentar la gente respecto de su salud, le decía, tu estas bien Vicenta,
una semana más y ya verás que te dan de alta y vuelves a la reuniones con
nosotras en la casa de campo de Liz. Como a Vicenta le hacía feliz escuchar que
todo volvería a la normalidad, Beatriz no escatimaba en hacerle el recuento de
todo lo que harían una vez cuando ella ya deje ese tormentoso lugar. Sabía que
prometerle cuestiones domésticas en ese momento la haría mantener un alto animo
de ilusión y por consecuente la mejoría para sus problemas mentales, sin
embargo aunque había tratado de prometer y prometer, de crear escenarios para
que Vicenta al menos fuera feliz en la imaginación, haciéndola el centro de la
atención y el protagonismo, la pobre mujer no dejaba de exaltarse con algunos
recuerdos que obviamente la perturbaban, porque se veía bien incomoda a pesar
de que su pieza estaba acondicionada para un placentero descanso, no dejaba de
mencionar que alguien la perseguía y que había personas que le insultaban
alrededor, cuando en la habitación no había más que dos. Era evidente que sus nociones del tiempo y el
lugar estaban en una alteración constante, parecía que ella hablaba desde un
sueño, desde la inconsciencia. Deliraba con una credibilidad dramática. Beatriz
conmovida y bastante asustada con la escena que presenciaba, le paso un paño
húmedo por la frente y Vicenta calmo por un momento. En aquella tregua Beatriz
algo fatigada decidió que tomaría una pequeña siesta por unos minutos. Bueno,
sucedió que al despertar, y dirigir su vista hacia el descanso de Vicenta, ella
increíblemente levitaba en el centro de la habitación con la misma postura como
la había dejado recostada antes de echarse a la siesta. Lo sobrenatural la
asombró hasta enmudecerla, de pronto Beatriz despojándose de aquella escena que
parecía reflejada de alguna película, se levantó de prisa entre torpezas y
atropellos con la silla para abrir la puerta y salir en busca de alguna
enfermera. Al volver después de unos cuantos minutos de agitación, en la
habitación irradiaba la misma luz sofocante que había cuando este evento no era
nada previsible, Vicenta estaba como si nada hubiera pasado, recostada en la
misma posición y tan dócil como las plumas que descienden de alguna parte para
quedarse a la vista de cualquier y mantener la armonía con la normalidad. Y por
supuesto a Beatriz no le creyeron nada, en absoluto, en su lugar le dijeron que
se fuera a descansar porque este ambiente ya la estaba haciendo alucinar
eventos absurdos. No obstante Beatriz sabía lo que había visto, que
perfectamente era real y no parte de la imaginación o un estado sospechoso de
vigilia.
Se convenció días después que de un estado mental agudo proclive a
estimular procesos extrasensoriales, podía continuarse a un estado paranormal,
en este caso de levitación.
La saturación hipersensible originada por una crisis de salud
biológica o psicológica, desborda de energía el contenedor cúbico de las
capacidades humanas para desprenderse en una absurda proyección de exceso de
estridencia mental. A veces como sucede en lo cotidiano, el ser humano no se
puede contener en una sola dimensión original, necesita ir más allá de sus
límites, abarcar el espacio común para exteriorizar su desmedida idiosincrasia.
A veces es imperante salir y demostrar que también se puede ser sobrenatural en
medio del ordinario realismo.
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