En la invasión
extraterrestre nuestra prioridad será huir, correr hasta no poder más, escapar
de los ataques, que aquellas naves supersónicas ciernen sobre las poblaciones
que todavía quedan refugiadas en las partes más altas y recónditas del planeta
Tierra. Esa larga oscuridad en nuestra civilización permanecerá por un buen
tiempo hasta que humanos de todos credos y condiciones logren adaptarse unos a
otros en una convivencia forzada y a la vez tan necesaria.
El enemigo invasor
siempre estará al acecho de algún intento de rebelión, no le temblará decidir
si nos quiere aniquilar de inmediato como lo viene haciendo en los últimos
meses, donde más de la mitad de nuestra raza, la cual creíamos única y de
inteligencia insuperable por otro ser vivo, ha sido devastada con un láser que
pulveriza y un estruendo ensordecedor originado en el descenso de sus naves.
Lo cierto es que nos
vienen aplastando como insectos y nos hacen pedazos «al colocarnos granadas por
dentro». Para ellos no significamos más que parásitos inservibles que no
supieron cuidar, convivir y proteger su planeta.
Estos seres venidos
quizá del espacio cósmico, de algún planeta fuera de la Vía Láctea o del
enigmático viaje en el tiempo, parecen retornar cada cierto época, cuando la
civilización en curso entra en un túnel crítico de problemas que parecen
insalvables como la contaminación del medio ambiente, los desacuerdos
políticos, el terror de las guerras, el enfrentamiento religioso, los
suicidios, la corrupción, la falta de esperanza por el cambio, la escasez de
recursos básicos, sobre población, aumento de indigentes, el albedrío en
genética, y tantos otros motivos para que seamos sentenciados por una
inteligencia extraterrestre a desparecen hasta el exterminio final.
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