En memoria de MamáInés
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miércoles, 27 de octubre de 2021
¡ESTÁ MUERTA!
En memoria de MamáInés
lunes, 7 de septiembre de 2020
ALGO QUE NO SE OLVIDA
En días posteriores, como si me desprendiera de un relámpago, empecé a caminar extenuado, regresando de un lugar desconocido y en dirección incierta, aunque teniendo algo en mente, nostalgia por llegar pronto, pero sin saber exactamente a qué lugar. La noche era muy atípica, como si el mundo nocturno estaría completamente inmóvil, un plano ficticio que se podía ver y sobrellevar pero que no podía tocar, ni meditar en ello, solo caminar, moverme, sin ceder a las reflexiones o a las interrogantes.
Retornaba muy tarde, no lo sé bien, pero mis pasos se hacían cuidadosos, mis zapatos estaban llenos de polvo, subía y avanzaba entre calles desiertas a veces inaccesibles y sin personas deambulando, no escuchaba ni los típicos ladridos de perros, el eterno unísono de alguna fábrica o el sonido aunado del centro de la ciudad, nada en absoluto, tan solo casas que no reconocía a primera vista y un temor profundo al horario, quizá por eso sudaba frío, mi pulsaciones las sentía muy aceleradas. Seguía sin detenerme, pasmado a ratos por ver mi sombra agigantándose y hacerse casi imperceptible.
En esa iluminación rectilínea de aquel lugar, solo la inercia me impulsaba a no quedarme inmóvil para seguir o quizá perderme y no saber qué tiempo sería éste. Mi ánimo aunque voluntarioso e incansable se veía pausado por instantes y mi rostro desencajado en los distintos caminos que se abrían ante mis ojos.
Sin embargo, aunque todo parecía irreal, no me sentía del todo ajeno a esta ciudad, hay algo que no se olvida pero no puedo recordar con suficiente claridad qué es, qué escondo o qué busco, mi imaginación se aceleraba más que el propio ahora. Al caminar por aquí sentía la nostalgia perdida en alguna aventura o recuento de algunas experiencias que al instante parecían desvanecerse. Tenía los bolsillos holgados y el corazón me latía entre escalofríos, este andar no me hacía bien, felizmente nadie lo podía notar, no quería aparentar extrañeza pero era inevitable, el presente lo era todo, mis piernas seguían en pleno movimiento y por lo pronto no querría saber nada del devenir.
Atravesaba un pasaje muy reducido, algo sombrío, de casas idénticas entre sí y hermosos jardines al descubierto. Poco a poco me costaba avanzar más, no me restaba mucho vigor, de pronto en medio de ese laberinto sin salida, una extensa pared levantada con bloques deteriorados de sillar, aparecía ante mí, contrastando notoriamente con las construcciones de material noble de las viviendas contiguas, además del aspecto lúgubre sondeando ese perímetro, sin ninguna luz eléctrica que alumbrase, apenas si se ceñía la leve claridad de una estática luna menguante; quizá todo eso llamó mi atención y de inmediato una aguda ansiedad para detenerme sin mayor ganas de seguir andando.
Me era raro hacer un alto por un lugar así, sin mayor importancia y además de ser común en esta ciudad, porque este tipo de construcciones improvisadas, generalmente hechas por gente humilde, no tiene nada de asombroso, son cosas relacionadas a la misma situación económica, no obstante para mí lo era, significa no solo una vivienda entre tantas otras conocidas, sino tal vez el déjà vu que mi mente se esfuerza a mostrarme por completo. Insisto en recordar qué me detiene para seguir contemplando, pero no puedo, no sé qué significa, me he quedado inmóvil como un imbécil y no se aun porque permanezco frontal ante este lugar precario, hago un esfuerzo por seguir adelante e ignorar lo que me detuvo pero mis pasos se resisten a que me vaya, en lugar de apartarme mis pies se mueven en dirección a esa casa. Siento que esto es involuntario, pero lo es, alguien toma decisiones por mí o simplemente me dejo llevar porque en el fondo así lo deseo.
Me acerco a esa pared de sillar y fisgoneo por las grietas dejadas entre un sillar y el otro, es estúpido lo que hago porque es de noche y no podré ver más que oscuridad, sin embargo estoy allí postrado junto a ese muro blanco. Por encima de mi cabeza hay un arbusto de mala hierba que me intenta cubrir o esconder, creo sentirme un espectro de un extraño día.
Trato de encontrar algo a través de ese muro, pero no lo logro, quizá algo familiar, algo que dejé olvidado pero no hay más que silencio y organismos vivos circulando por la tierra o en el aire. Después de estar mirando con sigilo, camino con bastante discreción hasta la puerta, trato de retroceder y alejarme, el trémulo me divide en dos, finalmente me aventuro para saber quien vive allí, tenía que saberlo, ya no era una cuestión de desconcierto o de locura, era una cuestión personal que me empezaba a consumir.
Al ingresar por una puerta de calamina sostenida por alambres de acero, creí escuchar risas y juegos infantiles desde el fondo de un cuartito de sillar asentado en el rincón de esta propiedad. Enseguida imaginé a niños sin rostro, trepando esas paredes de sillar sobrepuesto, correr como fantasmas en la noche, descalzos, a través de un empedrado que hacía de piso falso y jugando felices entre la tierra aflojada, entre gusanos ennegrecidos y piedras toscas. Una extraña y curiosa imaginación sin siquiera haberlos visto, y siendo yo para ellos poco menos que un intruso, más parecido a un ladrón de medianoche.
No podía quedarme con los brazos cruzados, ya había llegado hasta aquí y creo que no importaba seguir bajo discreción hasta llegar a esa pequeña habitación. Necesitaba no solo ver, quizá deseaba hurgar y reconocer algo que era vital para mí, un leve dolor en mi corazón me estaba diciendo que siga; entonces caminé más, llegue a una rústica puerta de madera, no toqué, lo pude haber hecho, pero ya me era imposible anunciarme, mi intención no era robar o hacer daño a alguien, solo quería saber, la impaciencia me estaba matando.
En el umbral, sin hacer el menor ruido con el giro de la bisagra, empujé un poco la puerta, lo suficiente para inclinar un poco mi cabeza hacia el interior y apreciar ese humilde hogar iluminado por una pálida vela que se agitaba con el estremecimiento de las sombras. Trataba de no provocar torpezas o dejarme tiritando ante lo que podía encontrar, era excesivo, pero lo sentía, lo que había alrededor no era nada sobrenatural o algo que me vaya a dejar ciego, me exacerbe quizá más de lo debido, sin embargo, era otra cosa, algo enigmático y simultáneamente atemporal ante lo que intentaba esclarecer, un hogar pobre, un solo ambiente dividido por algunos muebles baratos, una pequeña sombra moviéndose al otro lado del ropero, posiblemente alguien despierto hasta altas horas de la noche. Evidentemente no había sentido mi presencia. No lo pensé dos veces y penetré más, mis pisadas casi levitaban y mi presencia se confundía entre la luz tenue de la vela, así llegué hasta ese enorme mueble antiguo, junto a éste encontré una silla, asenté cuidadosamente el pie izquierdo en el asiento procurando el mínimo chirrido para no ser descubierto, luego puse el pie derecho y finalmente con los pies en aquella superficie, me erguí por completo para asomarme por encima del mueble, desde esa posición anónima, apoyado a una de las paredes, cualquier rostro sería imperceptible, nadie me podría notar, pero yo si podía ver con cierta claridad a tres niños sobre una cama endeble, dos de ellos, aparentemente los más pequeños, descansando profundamente a ambos brazos de un niño algo más grande, dormían inanimados como en un sueño eterno. El niño que los cuidaba y que era el único despierto, fue recogiendo su semblante hacia mí, como instantes de suspenso, lo hacía atemorizado, lentamente, con el rostro ungido en esa desgracia; de inmediato lo vi todo más diáfano y estremecido, ¡aquel pequeño, abstraído por el sopor de ese pequeño dormitorio , no podía ser más que yo mismo!, ¡sí!, el que no podía dormir cuando los padres aun no llegaban de la chacra o cuando el aguacero era como un castigo del cielo que podía destruir el techo de calamina y ahogarlos en un mar de lamentaciones, ¡aquel niño era yo!, un espejismo perpetuo divagando en el tiempo y en la soledad de aquella recordada casita de la infancia, rodeaba de tantas penumbras como precariedades.
En ese desequilibrio de emociones, fui plenamente descubierto, él me examino hasta las profundidades de mi asombro, no se alarmo cuando se me quedo mirando fijamente, solo me dijo en una entonación trémula: «Ten cuidado con los roedores, son una plaga aterradora en la pobreza, están en cualquier rincón, pueden pretender devorar tu carne y hasta tu corazón, será mejor que los enfrentes sin temor a nada, pero no los contemples llorando, si no, paralizarás tu alma, tu mente y tu cuerpo para siempre».
martes, 7 de abril de 2020
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DeL CaSo MeNTAL A LA LEViTACiÓN
Ya eran dos meses en que la situación de Vicenta seguía transcurriendo
en esa habitación, condenada a un desequilibrio completo si no compraban las
medicinas y atendían sus necesidades como las requería. Nadie de su familia se
asomaba para estar al menos pendientes de si evoluciona o no. Vicenta vivía de
miserias y limosnas, por eso Beatriz puso algún empeño en hacer todo lo posible
por conseguir lo que requería y atenderla como un ser humano que es, no
obstante después de haberla sosegado lo suficiente como para hacerla dormir,
esa extraña mañana de abundante sol, la mostraba a Vicenta ensombrecida por un
halo siniestro, Beatriz apreció como su semblante se tornaba distinto, una
sonrisa demencial la envolvía, empezaron a brotar exclamaciones de enfado, de
odio, y una larga serie de incoherencias y maldiciones, todo en ella había
cambiado, su postura dócil en la cama se vio entumecida después en un solo
lado, desde la cual invertía sus movimientos en ademanes extraños, Beatriz
intuía que nuevamente le vendría esos espasmos o querría retorcerse para
hacerse daño, y en efecto la irritación que le había provocado escuchar a sus
familiares la hizo estremecer de desagrado, de la pasividad en la cual parecía
una paciente discreta, paso a una agresividad sin igual, balbuceando
incomprensibles mentadas hacia los cuatro vientos. Por la forma como
gesticulaba parecía derrochar una gama prolongada de versiones soeces de
desprecio y odio. De pronto esto había concluido en una desazón completa, como
ninguna enfermera yacía cerca a esa habitación, Beatriz, que es muy
hacendosa con los cuidados y el servicio,
trato de cogerla por las manos y dedicarle alguno que otro sermón
tranquilizador, quería hacerle entender por las buenas que su visita era
cuestión de una sincera amistad, y que toda palabra muy pronto se la llevaría
el viento, que no hay que tomar muy en cuenta lo que se dice por ahí o lo que
pueda comentar la gente respecto de su salud, le decía, tu estas bien Vicenta,
una semana más y ya verás que te dan de alta y vuelves a la reuniones con
nosotras en la casa de campo de Liz. Como a Vicenta le hacía feliz escuchar que
todo volvería a la normalidad, Beatriz no escatimaba en hacerle el recuento de
todo lo que harían una vez cuando ella ya deje ese tormentoso lugar. Sabía que
prometerle cuestiones domésticas en ese momento la haría mantener un alto animo
de ilusión y por consecuente la mejoría para sus problemas mentales, sin
embargo aunque había tratado de prometer y prometer, de crear escenarios para
que Vicenta al menos fuera feliz en la imaginación, haciéndola el centro de la
atención y el protagonismo, la pobre mujer no dejaba de exaltarse con algunos
recuerdos que obviamente la perturbaban, porque se veía bien incomoda a pesar
de que su pieza estaba acondicionada para un placentero descanso, no dejaba de
mencionar que alguien la perseguía y que había personas que le insultaban
alrededor, cuando en la habitación no había más que dos. Era evidente que sus nociones del tiempo y el
lugar estaban en una alteración constante, parecía que ella hablaba desde un
sueño, desde la inconsciencia. Deliraba con una credibilidad dramática. Beatriz
conmovida y bastante asustada con la escena que presenciaba, le paso un paño
húmedo por la frente y Vicenta calmo por un momento. En aquella tregua Beatriz
algo fatigada decidió que tomaría una pequeña siesta por unos minutos. Bueno,
sucedió que al despertar, y dirigir su vista hacia el descanso de Vicenta, ella
increíblemente levitaba en el centro de la habitación con la misma postura como
la había dejado recostada antes de echarse a la siesta. Lo sobrenatural la
asombró hasta enmudecerla, de pronto Beatriz despojándose de aquella escena que
parecía reflejada de alguna película, se levantó de prisa entre torpezas y
atropellos con la silla para abrir la puerta y salir en busca de alguna
enfermera. Al volver después de unos cuantos minutos de agitación, en la
habitación irradiaba la misma luz sofocante que había cuando este evento no era
nada previsible, Vicenta estaba como si nada hubiera pasado, recostada en la
misma posición y tan dócil como las plumas que descienden de alguna parte para
quedarse a la vista de cualquier y mantener la armonía con la normalidad. Y por
supuesto a Beatriz no le creyeron nada, en absoluto, en su lugar le dijeron que
se fuera a descansar porque este ambiente ya la estaba haciendo alucinar
eventos absurdos. No obstante Beatriz sabía lo que había visto, que
perfectamente era real y no parte de la imaginación o un estado sospechoso de
vigilia. 






