Cuando sueño
aparezco de pronto asomándome con cautela por un mercado que mi mente se
resiste a olvidar. Me acerco de noche acumulando escalofríos, sin embargo sigo
adelante resistiendo el viento perturbador que sopla como si fueran lamentos de
la miseria destellando en una oscuridad que ha convertido en fantasmas todos
los recuerdos del día, como el mío, que sobresale en mi desasosiego permanente.
Aparecer en
este absurdo para reconstruir lo que parecía frívolo, me resigna a una
posibilidad poco esencial. Sigo adelante pero al mismo tiempo retornando por un
camino pasado dispersado en las anécdotas y experiencias de un intercambio que
en ese momento tenía sentido.
Volver para
recordar con temor los espectros residuales de aquellos días bienintencionados
que sólo yo puedo rememorar con más sufrimiento que alivio. Ahora no existen
más que sombras acumuladas guardando historias en plena descomposición,
mientras yo sigo atormentado pisando un vacío que podrá despertarme de esta
locura infinita de largo aliento, donde los rostros humildes se acercan a una
muerte por desesperación que me son difíciles de ignorar.
Caminar en
esta escena es conciliar la noche melancólica en soledad, con la jornada
popular que me ha significado la vida. El clamor viene desde el fondo, por eso
soñando es posible anular lo que se ha quedado sin remedio cuando parecía
florecer en el desorden de la informalidad un vínculo que el tiempo y el lugar
ha comprometido con insistencia.